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Cómo Lucía Ocampo resistió el fuego, la sed y la vida

Hagi Trujillo

25 de enero de 2024

A mediados del 2023, la editorial Pesopluma publicó «Todo significa sed», único poemario de Lucía Ocampo, la escritora huancaína que murió a los 44 años debido a un enigmático incendio que lo consumió todo, menos su escritura.


Fotografía de Lucía Ocampo | Fuente: Instagram


El fuego inició la madrugada del 1 de octubre del 2001, mientras ella dormía. Una vez extinguido, solo quedaron en el departamento las huellas de su paso por el mundo: unas cuantas fotografías y algunos dibujos suyos, así como sus diarios y una novela que —a partir de ese momento— quedaba inconclusa para siempre. Caso curioso: el libro que contenía sus poemas no se encontraba con ella cuando ocurrió el siniestro. Meses atrás le había encomendado a Tulio Mora —reconocido poeta huancaíno, integrante del movimiento Hora Zero y amigo suyo— la revisión de sus poemas; entregándole, para ello, el libro donde estaban escritos. Su escritura, en un acto de resistencia silencioso, trascendental, se había aferrado a la vida.


Primera edición del poemario «Todo significa sed» de Lucía Ocampo, publicada por la editorial Pesopluma


Veintidós años después, este acto de resistencia tuvo su primer fruto. En julio de 2023 se publicó Todo significa sed bajo el sello de la editorial Pesopluma, gracias a los estímulos económicos del Ministerio de Cultura y a la iniciativa de Alejandra Mitrani, hija de Ocampo, quien en 2011 se contactó con Tulio Mora para pedirle el libro que contenía los poemas de su madre. La primera edición de Todo significa sed es el producto de un trabajo editorial cuidadoso, esmerado. Se trata de una edición genética-crítica: reproduce los poemas originales que fueron escritos a puño y letra por Ocampo en la primera mitad del 2001 y que Mora revisó, dejando anotaciones, tachados, enmarcaciones y signos; y también ofrece las versiones finales, “contemporáneas”, de estos poemas, propuestas por las editoras Solène Delrieu y Paloma Reaño. Asimismo, a parte de un prólogo escrito por José Carlos Irigoyen, esta primera edición incluye, en las páginas finales, las fotografías y los dibujos que sobrevivieron el funesto incendio, acompañados de algunos fragmentos de los diarios de la escritora.


Los actos de resistencia en la poesía de Lucía Ocampo


Mientras estuvo viva, Lucía Ocampo intentó resistir. Resistir su alcoholismo, su desesperación espiritual, su vacío ontológico. El título del poemario: Todo significa sed, escogido de forma sumamente acertada, da cuenta de ese vacío. La sed, así como el hambre o el frío, es signo de una carencia, de una falta que debe ser llenada para que la vida continúe. Ahora bien, la falta de la que habla Ocampo no es fisiológica, sino emocional. Como seres vivos, necesitamos del agua, de los alimentos, del calor que nos brinda un techo o la ropa. Como seres humanos, sin embargo, nuestras necesidades se extienden. Uno suele sufrir esa extensión, pues luego de beber, alimentarse y abrigarse, siente que no está del todo satisfecho. Uno siempre necesita algo más.


Fotografia de Lucía Ocampo | Fuente: Instagram


En primera instancia, parece que ese algo más lo encontramos en el otro; más específicamente, en el sujeto amado. Esta idea se refleja en los versos que abren el poemario: “¡Qué cálido resplandeces, amor, en esos ojos! / Cobíjame. Tengo frío”; pero también en los que dan título al libro: “Todo significa sed / excepto tu mirada / en el desierto del día”. Ambos ejemplos sintetizan, en su laconismo, la necesidad por el otro. Es en el otro donde la voz poética va a encontrar el calor, el agua, o cualquier otra cosa que necesite para seguir viviendo. De este modo, se entiende que es gracias al otro —a su presencia, a su amor— que uno es capaz de resistir.


No obstante, la voz poética de Todo significa sed no es una voz ingenua. Si bien se aferra al otro y al amor que puede darle, por momentos parece ser consciente que lo que está buscando en verdad es una fantasía que no se condice con la realidad. No es que desconozca la fragilidad —e incluso la falsedad— de sus ilusiones, sino que acepta que estas últimas son necesarias para la vida. Al fin de cuentas, ¿no son nuestras ilusiones, aquellas que guardamos con recelo dentro del corazón, las razones por las que, a pesar de todo, seguimos viviendo?


“(...)

Conforma mi alma a ese sonido

dile que es todo, 

hazle creer que sí, 

que el hielo no se derrite, nunca, 

que el calor de verano dura, siempre, 

que las calles de Chorrillos 

son infinitas 

(...)

que aunque sea gorda

siempre me amarás

como si yo fuera

la reina de la primavera

y tú, el rey de las flores”


A lo largo del poemario, la voz poética descubre, para su suerte, que la resistencia no solo es posible gracias al sujeto amado. Padece las consecuencias de depositar todo su bienestar en el otro, ese otro cuya ausencia se sufre, y cuya presencia, a veces, lastima: “Hoy no, por supuesto hoy no / pero voy a llorar por tu culpa / (sí y solo sí, me entrego)”. Por este motivo, la voz poética debe buscar otras maneras de resistir. En algunos poemas, parece encontrar en el arte, la escritura y la belleza otra razón por la cual seguir viviendo. La poesía, por ejemplo, contrasta con una realidad horrible, intranquila y aburrida, y se vuelve sinónimo de plenitud: “aquí es tan bello, / tan calmo, tan vivificante”. Por otro lado, si en algunos poemas la cotidianidad engendra el hastío (¡peor que la muerte!); en otros, esa misma cotidianidad puede ser vista con nuevos ojos, en un intento por atisbar la grandeza de las pequeñas cosas, de buscar algún rastro de belleza en lo que nos rodea diariamente:


“Escribir un poema de amor

uno que hable de las seis de la mañana

cuando ya es de día y aún no calienta el sol

y caminas por las calles aún vacías, algo sucias

oliendo a mañana fresca

que rejuveneció en la noche,

(...)”


Finalmente, hay algunos poemas —tal vez los más lúcidos del libro—, en donde la voz poética entiende que se puede resistir a través del amor, sí, pero no necesariamente del amor que recibimos del otro, sino más bien de nosotros mismos. El amor propio es otra forma de resistencia: la más pura y también la más difícil. Lucía Ocampo explora este tema con insistencia en los últimos poemas del libro, que se caracterizan, en el plano formal, por su concisión y por una voz en segunda persona que parece dirigirse a sí misma.


“No digo que debas medir tus pasos

con aquellos gigantes que caminan

por ahí,

te podrías frustrar.

Tampoco con aquellos niños,

te podrías sentir ridícula.

Mídelos 

con aquella que mora en ti.

Ella sabe.

Siempre sabe la justa medida.

Escúchala. Y no huyas”


Son quizá los poemas breves del libro los que Carlos Irigoyen considera “bocetos”, o los que la misma Ocampo reconoce (en la nota inicial que le escribió a Tulio Mora) como “incompletos”. Aun así, en todo el poemario —donde predomina un lenguaje sencillo, sugerente y con ligeros matices de oralidad— es posible hallar momentos especiales en los que el lector siente que una voz auténtica le está hablando directamente al oído, a veces para confesarle su vacío y, otras veces, para despertarlo, anunciarle que la vida vale la pena y pedirle que sea valiente, que resista un poco más.

Editado por 

Luis Carlos Lavado

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Hagi Trujillo

Egresado de Literatura. Lee y, a veces, escribe (sobre libros u otras cosas).

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