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Cien años de un autor imprescindible: el legado de Sebastián Salazar Bondy

Anthony Valdivia Valencia

15 de abril de 2024


A pesar del inmenso talento y la gran contribución que realizó a las letras peruanas, la figura de Sebastián Salazar Bondy (Lima, 1924 - 1965) aparece desdibujada por una capa de desconocimiento y falta de promoción, situación más que injusta para alguien que se desvivió tratando de mantener activa la maquinaria cultural en el Perú. Gran parte de su obra se reparte entre libros de poesía, cuentos y ensayos dedicados a hurgar entre las fisuras defectuosas de la sociedad peruana. La crítica lo ubica entre la generación del 50, junto a un importante grupo de escritores e intelectuales que marcaron un antes y un después en el devenir de la literatura peruana —autores como Mario Vargas Llosa, Oswaldo Reynoso, Julio Ramón Ribeyro, Blanca Varela, entre otros, fueron los responsables de la modernización y renovación del lenguaje literario y de ofrecernos libros que aún hasta ahora permanecen en nuestra memoria—.

 

Han pasado cien años desde su nacimiento y casi sesenta desde su prematuro fallecimiento, por lo que creemos que esta es una ocasión especial para realizar un recorrido por su biografía y por cada una de sus facetas como creador artístico. La obra de Salazar Bondy necesita ser visitada y discutida, ya que muchas de sus propuestas siguen vigentes en un país que continúa enfrascado en la búsqueda de soluciones; de igual manera, su gran labor como promotor cultural debe ser recordada e imitada por cada una de las personas que decide convertir a la literatura en un camino de vida sin retorno.

 

Los años de formación

 

La ciudad de Lima —ferozmente retratada de su libro más conocido: Lima, la horrible— fue el escenario principal de sus primeros años de vida. Nació el 4 de febrero de 1924, en medio de una familia de clase media, migrante, marcada por las crisis económicas y la muerte. Tuvo un hermano, Augusto, con quien compartió las mejores vivencias de su infancia. En los inicios de la década de 1930, cuando aún era pequeño, su familia atravesó por un quiebre económico, por lo que tuvieron que alquilar gran parte de su casa y extinguir las comodidades y ensoñaciones que suelen tener las familias acomodadas. Justamente por esas fechas fallece su padre, dejando un irremplazable vacío en la vida del futuro escritor. Uno de los cambios más trascendentales fue cuando tuvo que cambiarse de colegio, pasando del Colegio Alemán al Colegio San Agustín de Lima —una institución que para la época representaba la clase media de la sociedad—; allí, Salazar Bondy conocerá de cerca el mundo de la religión, de las liturgias y las palabras en latín, así como también el conjunto de represiones, prejuicios y prohibiciones que caracterizan a ese mundo. Durante esos años escolares se despierta su pasión por la escritura. En 1937, en una de las ediciones de la revista Palabra, publica «Canción antes de partir», su primer poema, con tan solo trece años. Un año después, la revista de su colegio incluirá más de sus poemas, alentando una vocación que años más tarde lograría consagraciones nacionales. Cuando tiene diecisiete años ingresa a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos para seguir la carrera de Derecho, la cual, tiempo después, abandonará al descubrir que su rutinario funcionamiento lo aleja de su verdadera vocación: escribir.

 

La poesía como punto inicial

 

El primer formato que Sebastián Salazar Bondy encontró para presentar sus ideas al mundo fue el de la poesía. Desde muy joven, descubrió en el arte del verso y las rimas el puente ideal para transmitir sus emociones y sentimientos, materializándose esta vocación en nueve libros de poesía, cinco de ellos publicados en vida y cuatro de manera póstuma. Su muestra poética se encuentra en los siguiente títulos: Voz desde la Vigilia (1944), Cuaderno de la persona oscura (1946), Máscara del que duerme (1949), Tres confesiones (1950), Los ojos del Pródigo (1950), Confidencia en Alta Voz (1960), Vida de Ximena (1960), Conducta Sentimental (1963), Cuadernillo de Oriente (1963) y El tacto de la Araña (1966).

 

Con apenas diecinueve años publicará su primer poemario: Rótulo de la esfinge (1943), colaborando con el escritor Antenor Samaniego para su elaboración, así como el libro Bahía de dolor, publicado meses después. Ambos poemarios serán desdeñados por el autor, por lo que no serán incluidos en su bibliografía esencial. Su carrera como poeta inicia, entonces, con el libro Voz desde la Vigilia (1944), poemario perteneciente a su juventud y en el que se avizoran líneas importantes en su propuesta poética, como las simpatías estéticas con autores como Valéry o Borges, así como la mesura y contención en su escritura. Dos años después aparecerá Cuaderno de la persona oscura (1946), poemario que incluye ilustraciones del gran pintor peruano Fernando de Szyszlo; en este, Salazar Bondy incluye temas como la familia, la casa, el hogar y la rutina diaria de sus seres queridos. Máscara del que duerme (1949) marca el final de su etapa juvenil como poeta, en donde todavía se notaba la falta de una experiencia vital de autor, la cual llegará con sus libros posteriores. Tres confesiones y Los ojos del Pródigo se publican en Argentina, en 1950, y ambos cierran una etapa en su obra que Washington Delgado ha identificado como el período de la «poesía pura», enfocada en la tarea de la renovación y depuración del lenguaje poético. Con Confidencia en Alta Voz (1960) introduce elementos como la reflexión y el sentimiento, y retoma aspectos como la vida familiar y comunitaria que ya había aparecido en poemarios anteriores; además, evoca la ciudad limeña como un fragmento importante de su esencia. Vida de Ximena (1960) reúne poemas dedicados a su hija. Posteriormente, su poesía obtiene el reconocimiento internacional al ganar en Venezuela el Premio Internacional León de Greiff para poeta latinoamericanos, por su libro Conducta Sentimental (1963). Este poemario abarca, entre muchas cosas, los vínculos que atraviesan la figura del poeta con la comunidad que lo circunscribe, así como el sentido político de la escritura. Cuadernillo del Oriente (1963) incluye poemas dedicados a la geografía japonesa y china, producto de un viaje que realiza al continente asiático. Finalmente, en 1965, Salazar Bondy muere habiendo terminado su poemario más importante y estudiado —el cual se publicará de manera póstuma—: El tacto de la araña, un viaje al mundo interior del poeta, con poemas personales y subjetivos, en donde el yo poético se interpela a través de la ciudad limeña. Esta segunda etapa en su escritura poética está marcada por las experiencias existenciales y por las anécdotas enfocadas en iluminar los grandes problemas de la vida: el amor, la solidaridad y la muerte.

 

De igual manera, cabe resaltar que su labor como poeta no solo se limitó a la escritura de ficción, sino que también dedicó gran parte de su tiempo y esfuerzo en seleccionar y preparar antologías poéticas imprescindibles para la comprensión de nuestra tradición literaria. Entre sus publicaciones más importantes se encuentran: La poesía contemporánea del Perú (1946), Antología general de la poesía peruana (1957), Poesía quechua, selección (1964) y Mil años de poesía peruana (1964).

 

Para autores como Javier Sologuren, «la poesía de Salazar proyecta sobre nuestra realidad nacional una conciencia crítica y denunciante: desmitifica. Característica permanente en su obra es el tono melancólico, propio, en parte, de una consideración sentimental de seres y sucesos». Emilio Adolfo Westphalen (1966), contemporáneo y amigo de Sebastián, dedicó un artículo a su obra, destacando su faceta como poeta con las siguientes palabras:

 

Porque la poesía no fue en Sebastián ocupación marginal, inconsistente o mudable, sino meollo, corazón, núcleo vital de su ser. Es ella la que permitió el equilibrio de su vida, por ella no cedió al vértigo de la desesperación, en ella se redime de tanto trajín inútil, de tanto trabajo vano por remover la fealdad que nos apabulla. La poesía es su triunfo secreto.

 

Indudablemente, nos encontramos ante un autor que fue esencialmente poeta, que dedicó gran parte de su vida a la divulgación y promoción de la poesía peruana, y que siempre buscó nuevas formas de abordar la manipulación del lenguaje. Sin embargo, su obra ha recibido poca atención y muchos de sus poemarios no tienen las ediciones ni la divulgación masiva que merecen.

 

La vida como dramaturgo

 

El teatro en el Perú durante los inicios del siglo XX había quedado huérfano de referentes emblemáticos después de las figuras de Manuel Ascensio Segura y Felipe Pardo y Aliaga, quienes habían engrosado el vasto panorama del teatro romántico y costumbrista del siglo XIX. A partir de 1940, este vacío empieza a ser ocupado por las piezas teatrales de Sebastián Salazar Bondy. Fue un autor variado y desbordante, visitando distintos subgéneros como la farsa, el drama histórico, la comedia poética, el drama psicológico, la comedia costumbrista y el teatro épico. Para Washington Delgado, el teatro de Salazar Bondy se nutre de múltiples influencias, incluyendo el teatro poético de Anouilh, el existencialismo de Sartre y Camus, el teatro norteamericano de O’Neill, Tennesee Williams, Arthur Miller y Albee y también del teatro épico de Bertolt Brech.  Entre sus obras más representativas en este rubro podemos mencionar las siguientes: Amor, gran laberinto (1948), Pantomimas (1950), Tres confesiones (1950), Rodil (1952), No hay isla feliz (1954), El de la valija (1954), Algo que quiere morir (1956), Un cierto tic-tac (1956), Seis juguetes (1958), La escuela de chismes (1963), El fabricante de deudas (1964) y Flora Tristán (1964).

 

En 1947, con apenas veintidós años, Salazar Bondy obtiene el Premio Nacional de Teatro con Amor, gran laberinto (1948), la cual tuvo problemas para su puesta en escena debido a las intenciones de censurarla por parte del ministro de Educación. La obra incluía frases muy duras contra el gobierno de turno y el sistema social peruano. En esta obra, podemos vislumbrar elementos que marcarán sus futuras producciones, como la postura crítica y comprometida ante la realidad latinoamericana, así como la creación de personajes que servían para simbolizar algo y el constante escepticismo hacia quienes asumen el poder en nombre del pueblo. En 1952, después de haber publicado más libros de poesía y de consolidar su camino como escritor, gana el Premio Nacional de Dramaturgia con su obra Rodil (1952), la cual trata sobre la defensa heroica que el mariscal español José Ramón Rodil sostuvo en la Fortaleza de Real Felipe en el Callao. En esta obra podemos apreciar el enorme interés que sentía Salazar Bondy por explorar el pasado de su país para tratar de plantear nuevas miradas hacia el diálogo que se crea entre un mundo nuevo y uno que se ha ido extinguiendo. Otra de sus obras memorables es El de la valija (1948), en la que se puede apreciar la maestría del autor para crear diálogos. El personaje central es un hombre que se encuentra en una estación de tren y halla una valija olvidada, decidiéndose a revisarla y desencadenando una serie de hipótesis para acercarse a la verdadera identidad del propietario. Esta comedia de un solo acto continúa representándose hasta nuestra actualidad.

 

Es innegable el valor que tiene la producción teatral de Salazar Bondy, por lo que es necesario mantener vigente la lectura o visualización de sus obras, fundamentales para contribuir a la postura crítica que necesita nuestra realidad.   

 

La narrativa discreta

 

A pesar de que la poesía y el teatro fueron los géneros literarios en donde más destacó, Salazar Bondy publicó un puñado de libros que reúnen cuentos que, si bien confirman su talento, palidecen un poco ante el despliegue artístico que demostró en su poemarios y piezas teatrales. No obstante, es importante reconocer su faceta cuentística agrupada en Náufragos y sobrevivientes (1954), Pobre gente de París (1958), El señor gallinazo vuelve a Lima (1961), Dios en el cafetín (1964), y la novela inconclusa Alférez Arce, teniente Arce, capitán Arce (1969) de la cual se publicarán fragmentos de manera póstuma.

En su primer libro de cuentos, Náufragos y sobrevivientes (1954) aparece la ciudad de Lima como la principal protagonista, de forma que el resto de personajes que aparecen son sometidos por las circunstancias y las condiciones que la ciudad impone. En el prefacio del libro, Salazar Bondy indica que sus protagonistas llevan una existencia en donde no pueden manejar la dirección de sus destinos, ya que esa capacidad ha sido despojada por una maquinaria que no pueden controlar. Todos son náufragos o sobrevivientes en medio de un espacio geográfico hostil. El ambiente urbano y las técnicas propias de la generación del 50 se remarcan en esta primera entrega. Pobre gente de parís (1958), su segundo libro, nace a partir de un viaje que realiza al continente europeo para estudiar teatro en la ciudad luz. Esta entrega contiene relatos que giran en torno al fracaso y a la desilusión de un conjunto de artistas latinoamericanos que viajan a París en búsqueda de un éxito que parece inasible. Iniciada la década del sesenta, Salazar Bondy decide incursionar en la literatura infantil, publicando en Lima El señor gallinazo vuelve a Lima (1961), una obra que nos muestra el mundo infantil de un niño recolector de basura y su amistad con gallinazo que sobrevuela la ciudad de Lima después de haber recorrido el mundo. Y un año antes de su fallecimiento, Dios en el cafetín (1964) aparece bajo la famosa editorial peruana Populibros, dirigida por el escritor Manuel Scorza. En este libro, se presentan los textos de su segundo libro de cuentos más un relato que da título a la colección. Al morir, dejó apenas cinco capítulos de su novela Alférez Arce, Teniente Arce, Capitán Arce, que serán publicados en 1969 por la Casa de la Cultura.

 

Los cuentos de Salazar Bondy son importantes para todo lector peruano —y latinoamericano— porque nos permiten acceder al universo complejo del hombre de la clase media peruana y su angustia existencial; pero también por la calidad de su escritura que moldeó la ruta que años después retomarían autores como Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa u Oswaldo Reynoso.

 

El ensayo como espacio consagratorio

 

Si hay algún libro que ha mantenido vigente la presencia de Sebastián Salazar Bondy en el imaginario literario peruano ha sido su libro de ensayo Lima, la horrible (1964), que fue tuvo una segunda edición en México y que contiene lo mejor de la escritura e ideología del autor peruano. No obstante, este texto es solo la consagración de una faceta dedicada a la escritura de crítica literaria, artículos periodísticos y libros de ensayos como Arte milenario del Perú (1958), Del hueso al arte abstracto (1960), Lima, su moneda y su ceca (1964) y La cerámica peruana hispánica (1964).  

 

Lima, la horrible (1964) es un libro fundamental para obtener una perspectiva crítica y mordaz sobre la constitución de la ciudad limeña. Las costumbres, la producción literaria, la pintura y otras formas de expresión artística tradicionales de la capital peruana pasan por el escrutinio del autor, reprochando esa imagen conservadora y exaltadora del pasado, así como la falsa supremacía que trataba de imponer la sociedad limeña de ese entonces. Muchos autores han destacado la forma en cómo Salazar Bondy elaboró su denuncia sobre las prácticas oligárquicas y excluyentes de la clase intelectual de Lima y la manera en cómo la escribió, recurriendo a una redacción audiovisual y creativa. Para un lector contemporáneo es importante acudir a este libro, ya que su lectura permite descubrir nuestras debilidades como sociedad y los riesgos de dejarse obnubilar por un pasado colonial en donde predominaban prácticas discriminatorias y exclusivistas, las cuales son totalmente anacrónicas en un mundo moderno como el nuestro.

 

Las peregrinaciones de Sebastián

 

A partir de sus años universitarios, Sebastián Salazar Bondy empieza a rodearse de jóvenes y artistas nacionales como Jorge Eduardo Eielson y Javier Sologuren, con quienes se unirá después en el proyecto de reunir una muestra de la poesía de su tiempo en la antología titulada La poesía contemporánea del Perú. En cuanto a su vida personal, contrae matrimonio con la actriz argentina Inda Ledesma, con quien se establecerá en Buenos Aires, ingresando a un medio cultural más estructurado que el peruano. En ese país podrá tener contacto con escritores consagrados internacionalmente como Julio Cortázar o el español Rafael Alberti, e incluso colaborará con la revista Sur. A inicios de la década del 50 empieza a trabajar como redactor periodístico, laborando desde 1952 hasta 1959 en el diario La Prensa, lugar que abandonaría por razones políticas para mudarse a El Comercio. Gracias a su labor como dramaturgo, se hace acreedor de una beca otorgada por el Gobierno francés, por lo que podrá conocer el continente europeo. Su labor como activista político se traduce en colaboraciones con la revista Libertad, la cual pertenecía al órgano del Movimiento Social Progresista. En 1960 viaja a China y logra conocer Moscú, completando su itinerario internacional en Cuba, a donde fue para ser parte del jurado de la Casa de las Américas, y en Japón, a donde llegó para estudiar la tradición dramaturga de ese país. El año de su muerte, en 1965 —a causa de problemas de salud por culpa de la talasemia— participa del Primer Encuentro de Narradores Peruanos en la ciudad de Arequipa.

 

Palabras finales

 

Sebastián Salazar Bondy fue un autor prolífico, multifacético y altamente comprometido con el oficio de escribir. Cultivó casi todos los géneros literarios y participó activamente en la promoción cultural del Perú, emulando las acciones que en su momento realizaron figuras como César Vallejo o Abraham Valdelomar. Además, sus artículos periodísticos contribuyeron a construir una atmósfera crítica e impulsadora del arte en el país.

 

El autor nos ofrece reflexiones valiosas sobre la necesidad imperiosa de escribir y de explorar en distintos géneros en su semblanza de vida titulada «Texto de la improvisación», leída por él mismo durante el Primer Encuentro de Narradores Peruanos:

 

Escribí poesía, sigo escribiendo; escribí teatro, escribí narración, porque desde el primer momento tuve la intuición, confirmada después con los hechos y con el pensamiento  de algunos teóricos de la literatura, que los géneros no son instituciones; son medios, son instrumentos, son formas a las que hay que llenar y que uno emplea de acuerdo a lo que tiene que decir y a la manera cómo tiene que decir; y que, en consecuencia, la literatura que en mí era una necesidad de expresión, una necesidad de liberación, una necesidad de nivelar ese brusco desnivel que fue la crisis económica de mi hogar, la literatura ―digo― fue para mí el modo de expresión sin que se ciñera a un género, sin que eligiera un género como único carril, como único camino a seguir.

 

Autores como Sebastián Salazar Bondy escribieron desde una mirada citadina, criolla y moderna; iniciando, durante los años cincuenta, una narrativa que intentaba recoger todos los cambios sociales que estaba atravesando el Perú, como el debilitamiento de la oligarquía tradicional, la aparición de una nueva burguesía y la formación de una clase urbana integrada por migrantes. Es importante que alrededor de su obra se aglutinen nuevos lectores, que se promocionen ediciones masivas de sus libros y se extraiga del olvido injusto en donde está recluido a un escritor imprescindible en la literatura latinoamericana. En palabras de nuestro nobel Mario Vargas Llosa, podemos recordar la importancia de su presencia en nuestra literatura: «No había casi nada y él trató de hacerlo todo, a su alrededor reinaba un desolador vacío y él se consagró en cuerpo y alma a llenarlo».

Editado por 

Edición RCH

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Anthony Valdivia Valencia

Escritor y literato. Obtuvo el primer puesto en el VI Concurso Nacional de Cuentos Jurídicos.

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