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La literatura autobiográfica en el Perú en los tiempos de ChatGPT

Hagi Trujillo

16 de setiembre de 2024

La inteligencia artificial interfiere cada vez más en nuestras vidas y nuestras creaciones, pero hay aspectos del arte y la literatura que siempre le pertenecerán al quehacer humano; un par de obras autobiográficas peruanas recientemente conocidas dan muestra de ello.


Fuente: andrewmayne.com


ChatGPT, lanzado en noviembre de 2022 por la empresa OpenAI, es una inteligencia artificial que puede escribir, prácticamente, de todo: desde mensajes asertivos para tu casi algo hasta resúmenes y artículos para el trabajo o la universidad; incluso, si se lo pides, puede escribir poemas y cuentos (estos últimos, por ahora, malísimos). En menos de dos años, la inteligencia artificial ha ganado gran aceptación entre los ciudadanos del internet, quienes ven en ella una manera de facilitarse la vida; y es muy probable que, con el paso del tiempo, aplicaciones como ChatGPT mejoren sus sistemas, escribiendo mensajes, resúmenes y artículos más sofisticados y complejos (el director de operaciones de OpenAI ya anunció esto sobre las tecnologías que la empresa viene desarrollando). Quién sabe: tal vez en un par de años, los poemas y cuentos escritos por ChatGPT sean excelentes y ganen concursos, algo que ya viene sucediendo con otros programas de inteligencia artificial en el campo de la fotografía y de las artes plásticas. 


«Théâtre d'Opéra Spatial» (2022) de Jason M. Allen/Midjourney. Imagen creada con inteligencia artificial que ganó un concurso de bellas artes en Estados Unidos


No obstante, hay algo que ChatGPT, por más que pasen los años y mejore su sistema, nunca podrá escribir: su propia historia. La razón es sencilla: no tiene una. Sobre esto habla Alejandro Albán en un ensayo publicado en la revista Casapaís; el autor menciona que, en un mundo donde la inteligencia artificial parece robarnos espacios de creación, aún podemos encontrar fronteras artísticas que la IA, simplemente, no puede cruzar. Hay formas de arte que siempre vamos a preferir que sean hechas por humanos reales y no por computadoras eficaces: 


“Seguimos asistiendo a conciertos en vivo sin importarnos la precisión de los sintetizadores. Queremos ver a actores de carne y hueso y no a avatares digitales. Admiramos la habilidad de un caricaturista callejero a pesar de las ilustraciones creadas en segundos por la inteligencia artificial”. 


En el caso de la escritura, puntualiza Albán, la frontera está trazada por la literatura autobiográfica, aquella en donde el autor real nos cuenta su propia historia. “Las vidas que cuentan los escritores autobiográficos no pueden ser vividas por ninguna máquina. El autor es el intérprete retrospectivo de la pieza compuesta, sin él la obra carece de sentido”, afirma Albán con convicción, haciendo frente al miedo que ocasiona, en algunos escritores, el avance acelerado de tecnologías como ChatGPT.


En el Perú, no somos ajenos a este tipo de literatura que, inicialmente vista con menosprecio, ha ido cobrando valor en los últimos años; que se presenta en distintos formatos (diarios, correspondencias, memorias, novelas autobiográficas) y que, en estos tiempos del reinado de la IA, parece alzarse como el último bastión de las letras humanas. En la primera línea de nuestra literatura autobiográfica, tenemos a autores nacionales consagrados, eminencias de nuestra tradición literaria: Julio Ramón Ribeyro y sus diarios reunidos en La tentación del fracaso, el ganador del Premio Nobel Mario Vargas Llosa y sus memorias en El pez en el agua, Alfredo Bryce Echenique y sus antimemorias en Permiso para vivir, entre otros.


Ediciones de los libros autobiográficos de Ribeyro (Seix Barral), Vargas Llosa (Alfaguara) y Bryce Echenique (Anagrama)


Las obras autobiográficas peruanas, sin embargo, no solo están escritas por intelectuales reconocidos, ni leídas únicamente por el extraño y minúsculo grupo de peruanos que leen. Sin retroceder demasiado, en abril de este año se volvió viral en internet, más de dos décadas después de su publicación, el libro autobiográfico de Alex Brocca, titulado Canto de dolor. No repitan la canción. Los peruanos —que leen en promedio, según la última encuesta nacional de lectura, la sintomática cifra de 1,9 libros al año— recordaron que un tal Alex Brocca existió y se enteraron que ese hombre, además de haber sido una figura pública conocida por actuar, bailar y cantar en programas de televisión, había escrito un libro en el que narra distintos episodios de su vida. El libro (escaneado y en archivo PDF) fue compartido de forma masiva por las redes sociales, enviado de chat en chat, y, entonces, ocurrió algo insólito: los peruanos que no leen leyeron. Todos lo hicieron, claro, por el chisme detrás de la obra (Alex Brocca era homosexual y fue pareja de una figura ampliamente conocida en la televisión peruana: Ernesto Pimentel; en el libro se contaban detalles sobre la relación que ambos tuvieron durante una década); sin embargo, es precisamente de eso, en buena cuenta, de lo que trata la literatura autobiográfica. Hay que considerar, además, que el chisme que incita a la lectura de libros autobiográficos puede ser beneficioso para la sociedad, tal como lo explica Alejandro Albán en su ensayo: “El cotilleo es un instinto del ser humano: conocer las experiencias de los demás, guardar secretos o decidir compartirlos, nos permite forjar alianzas, avivar conflictos, manejarnos mejor en nuestro entorno”. 


«Canto de dolor» de Alex Brocca apareció también en las calles del Centro de Lima en ediciones físicas pirateadas / Fuente: Exitosa Noticias


Ahora bien, debemos tener cuidado: no pretendamos buscar la verdad en un texto autobiográfico. En una entrevista publicada en la revista Letras Libres, Anna Caballé, profesora de literatura española de la Universidad de Barcelona y especialista en las escrituras del yo, plantea que lo que está en juego en la literatura autobiográfica no es la verdad, sino la sinceridad. En efecto, cuando leemos un libro autobiográfico debemos tener en cuenta que no estamos leyendo un texto histórico que busca registrar con objetividad los hechos reales. Ser sincero no significa decir la verdad, sino decir tu verdad: no contamos qué pasó un día con exactitud, sino lo que recordamos que pasó ese día —y, hay que reconocerlo, la memoria es, más que frágil, selectiva—; contamos lo que nos hicieron sentir las situaciones en las que nos vimos, de pronto, envueltos. Hay en ello una carga inmensa de subjetividad, y esa subjetividad (propia de la literatura y del arte en general) no puede ser hallada en los textos escritos por ChatGPT. 


Tal vez esto es lo más importante de la literatura autobiográfica: la posibilidad de contar tu historia con sinceridad, y que otros la lean. Desde esta perspectiva, es un tipo de literatura necesario en un país en el que, históricamente, ciertas voces han permanecido en silencio y ciertas historias no han sido escuchadas. El libro de Alex Brocca —bueno o malo en cuanto al estilo— sigue siendo el testimonio de vida de un hombre homosexual de clase media contado por él mismo; y no es la representación que otros escritores —ajenos a las dificultades a las que se enfrentan las personas disidentes sexuales— pueden escribir sobre este tipo de personajes y sus historias, a veces de forma caricaturizada y con el fin de atacar a un grupo de personas (pienso en Duque de José Diez Canseco, novela publicada en 1934 en la que el protagonista es un hombre homosexual de clase alta). 


Primera edición del libro autobiográfico «Malca, cada paso cuenta» de José Valerio Malca, publicada por la editorial Bisonte


En nuestro país, entre los grupos históricamente marginados, no solo tenemos a los disidentes sexuales, sino también a las mujeres y a la población andina y amazónica. Así, por ejemplo, del hombre y la mujer provincianos, campesinos y pobres, se ha escrito mucho. Escritores peruanos de la talla de Ciro Alegría y José María Arguedas escribieron —con maestría técnica y no poca ternura— novelas y cuentos sobre el hombre de los Andes, pero lo hicieron, a fin de cuentas, desde la comodidad de sus vidas privilegiadas (Alegría y Arguedas eran hombres blancos letrados). En ese sentido, es difícil encontrar, en la producción literaria peruana, textos autobiográficos de personas tradicionalmente silenciadas. Entre este vacío sistemático, aparece como un pequeño milagro el libro Malca, cada paso cuenta, publicado en el 2022 por la editorial independiente Bisonte. Se trata de la autobiografía de José Valerio Malca, un joven provinciano nacido en el centro poblado Lingán Grande, en Cajamarca, quien ganó una beca para trasladarse a Lima y estudiar ingeniería mecánica en una universidad privada. Sin esta beca, es poco probable que Malca haya logrado abandonar la situación de precariedad en la que él y su comunidad vivían. 


La historia de Malca, contada por él mismo (en colaboración con Heydi Mariños Roldán, otra becaria que ya tenía experiencia en la escritura), es un testimonio valioso y, esperemos, no el único de su tipo en ser publicado durante estos años. Alejandro Albán tiene razón al afirmar, en su ensayo, que “tenemos hambre de realidad”; porque nos gustan las historias reales y sinceras, aquellas que solo puede vivir y escribir el ser humano. Y a pesar de los avances tecnológicos que anuncian empresas como OpenAI, es seguro que ChatGPT nunca podrá contarnos su historia; nunca podrá contarnos, por ejemplo, la emoción, la gratitud y acaso la tristeza que sintió al ganar una beca y convertirse en el primer miembro de su familia (y de su comunidad) que estudiaría una carrera universitaria y que podría conseguir, en el futuro, una mejor calidad de vida.

Editado por 

Daniela Cruz

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Hagi Trujillo

Egresado de Literatura. Lee y, a veces, escribe (sobre libros u otras cosas).

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