Max Brod: El albacea que predijo el futuro
Aixa Nahir Chiappe
21 de abril de 2024
Max Brod y Franz Kafka en la playa. (Foto: X)
Kafka y el perfeccionismo que casi lo destruye todo Franz Kafka estaba destinado a ser artista. Tan así que, cuando comenzó a aventurarse en los negocios, bajo la presión familiar, y compró una fábrica de asbestos que le dejó poco tiempo para escribir, estuvo cerca del suicidio. Su dedicación por este arte era inmensa, así lo vemos en sus cartas a Felice Bauer, un interés amoroso, en donde expresa sus rutinas y deseos respecto a la escritura. A ella, le explicó:
"...de ocho a dos o dos y media, en la oficina, [...] luego a las diez y media (aunque a menudo se me hacen las once), me siento a escribir, hasta la una, las dos o las tres, dependiendo de mis fuerzas, ganas y fortuna; alguna vez he aguantado incluso hasta las seis de la madrugada. [...] Entonces me esfuerzo lo inimaginable por conciliar el sueño. [...] Con lo que no es de extrañar que a la mañana siguiente consiga a duras penas ponerme a trabajar con las escasas fuerzas que me quedan." (Begley, 2009:44,45).
Franz Kafka y Felice Bauer. (Foto: Wikipedia)
Cuanto más, le expresa a ella el deseo de poder escribir en un sótano, recluido, donde le traigan la comida y se la dejen del otro lado de la puerta. Para él, no se puede estar lo suficientemente solo cuando se escribe, le explica a Felice, cuando ella le expresa su deseo de estar con él cuando lo haga. Este anhelo es el que le hace alquilar un departamento para poder hacerlo con tranquilidad, lejos de su familia.
A pesar de toda esta ardua rutina, se atrevió a publicar muy pocos de sus trabajos y, en sus últimos días, pidió que todo lo que no fue publicado sea quemado y que aquello que sí lo fue, no se volviese a editar. Si eso se hubiese cumplido, hoy en día no tendríamos El Proceso, El Castillo o América y otros cuentos menos conocidos, como también los dibujos de Kafka. Pero, ¿quién se encargó de que no fuese así? Su albacea y mejor amigo, Max Brod.
Max Brod. (Foto: Wikipedia)
Max Brod hizo oídos sordos al mensaje, expresando que, si quería que su voluntad fuese cumplida, debería haber designado a alguien más. Pero esto no hubiese sido posible sin otra figura que, también, fue constante en la vida de Kafka (sino por diferentes razones): su padre, quien —siempre presionando para que tome otro camino— firmó un contrato para darle a Brod derecho a la publicación póstuma de las obras.