Cuando el acceso a la cultura es un privilegio, ¿o no?
Valeria Ocaña Vizcaíno
15 de abril de 2024
Sala Alfredo Pareja, lugar de proyección de películas y documentales de la Cinemateca Nacional del Ecuador Ulises Estrella. (Foto: Sitio Web - Cinemateca Nacional CCE).
Un día como cualquier otro fui al cine y empecé a recordar momentos de mi infancia, aquellos en que mi familia y yo ocupábamos cuatro asientos de la fila del cine, en esos tiempos en que era necesario formarse con anticipación para sentarte donde querías. Las risas, los comentarios en voz baja que buscaban predecir lo que sucedería y los “codazos” para evitar que mis padres se duerman eran parte de la experiencia. En ese entonces yo pensaba que todo niño y toda niña iban al cine por lo menos una vez al mes. No entendía de mi suerte, o más bien, un relativo privilegio que con los años fue mermando.
En fechas especiales como el Día del Niño o en salidas especiales de cursos vacacionales, era infaltable la planificación para llevarnos de la mano al museo o al cine para ver cualquier película animada. Generalmente no nos preguntaban qué queríamos ver, aunque claro, ni podíamos ponernos de acuerdo con la camiseta que llevaríamos como grupo al campeonato deportivo interno. Entonces mientras salíamos de la sala algunos decían “ya ví esa película tres veces, mis papás me trajeron la semana pasada” y otros decían “estuvo bonito esto, ojalá mis hermanitos pudieran conocer el cine”. Así es, para unos compañeros el boleto de cine representaba al menos tres comidas y para otros era uno o dos días de “guardar el dinero del recreo”.
También recuerdo cómo ciertas tareas escolares eran más difíciles para unas personas que para otras cuando solicitaban ir al museo y realizar un informe. Exposiciones cuyos boletos costaban aproximadamente $10 dólares, con lo que podría comer una familia completa. De igual forma, la compra de libros era un gasto que muchos alumnos no se podían permitir. Aun así, ciertos docentes lo exigen, prohíben que se adquieran textos de dudosa procedencia o “copias impresas”. Es tan curioso entender que la educación es un derecho, pero la cultura, la libre elección de actividades de entretenimiento y el conocimiento son actualmente un privilegio de pocos.
En Ecuador, el Salario Básico Unificado (SBU), en 2024, es de $460 dólares mensuales. No obstante, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC), estableció en marzo de 2024 que el costo de los productos de la Canasta Familiar Básica fue de $795.30. Así es, con un sueldo no alcanza y hay familias que viven con mucho menos cada mes. Específicamente, la misma institución alertó que, en 2023, el índice de pobreza subió 2 puntos a comparación del 2022. Por lo que 4.8 millones de ecuatorianos viven con $3 dólares diarios y 1.9 millones sobreviven diariamente con menos de $2 dólares.
A esto se suma el fuerte desempleo, panorama con el que seguramente nos identificamos en toda Latinoamérica, en el Ecuador se ubicó en un 3.9%, en enero de 2024, más de 330 mil personas que no tenían forma de generar un sustento económico. Por supuesto, muchos dirán que está el camino de emprender, mismo que no es sencillo pues se necesitan permisos, se pagan impuestos, hay que enfrentarse al clima de inseguridad cargado de “vacunadores”, quienes cobran grandes sumas de dinero a cambio de una relativa calma para comerciantes.
Por si fuera poco, estamos frente a un nuevo ciclo de “desconexiones emergentes” de energía eléctrica, que afectan el trabajo de millones de personas, el almacenamiento y preservación óptima de productos y, claramente, es una molestia para la población. Pero es esencial recordar que, el 10 de enero de 2024, el Ministerio de Energía y Minas publicó con orgullo el boletín informativo de la aprobación de la Ley No Más Apagones por parte de la Asamblea, con 131 votos. Incluso cerraba con el siguiente párrafo: “El articulado dará un alivio a la caja fiscal y marca la ruta para trabajar en una verdadera política energética que eliminará definitivamente los racionamientos de servicio eléctrico en el Ecuador”.
Retomando las actividades culturales y artísticas, el 1 de julio de 2023, el presidente de ese entonces, Guillermo Lasso, firmó la Ley Orgánica para el Fortalecimiento de la Economía Familiar o reforma tributaria, que grava el Impuesto al Valor Agregado (IVA) para todos los espectáculos públicos. Es así que, subieron de precio las entradas al cine, partidos de fútbol y conciertos masivos. Quedaron exentas de esta medida las manifestaciones culturales, como museos, teatros, eventos con aforo de hasta 2 mil personas, cines que no tengan más de 3 pantallas, además de promotores que consten en el Registro Único de Artistas y Gestores Culturales (RUAC) y espacios que formen parte del Registro de Espacios e Infraestructuras Culturales o del Registro de Espacios Audiovisuales.
Sin embargo, el IVA también subió desde el 1 de abril del presente año, del 12% al 15%, bajo una iniciativa del presidente Daniel Noboa para sostener las finanzas públicas y el conflicto armado interno declarado en enero. Esto no solo afectó a espectáculos públicos, sino que representa un incremento de productos y servicios de la Canasta Básica, gasolina, cilindros de gas, precios de restaurantes, cafeterías y plataformas digitales de compras y streaming.
Declaraciones del presidente Daniel Noboa respecto al incremento del IVA en una entrevista para RTS. (Publicación en X de @lavozderiobamba, extracto de la entrevista del canal RTS).
En apariencia parece que la cultura y el entretenimiento no están disponibles para toda la ciudadanía, son un privilegio ya que en ocasiones debemos escoger entre el pago de servicios básicos y alimentos, en lugar de frecuentar restaurantes, cines o conciertos grandes. En esencia, nuestro capital cultural se ve reducido ya que no podemos adquirir algunos libros o ir a museos de la forma en que nos gustaría conocer más de nuestra identidad presente y pasada o las realidades mundiales.
Un día reflexionábamos en la facultad acerca de estas carencias, de cómo es cada vez más complicado ver una película, compartir una experiencia “cultural y artística”, que el dinero evidentemente era una limitación para que todas y todos nos “cultiváramos”. En ese momento, un docente nos cuestionó. Afirmó que hay numerosos museos, exposiciones y centros artísticos y antropológicos de libre acceso, que de hecho, cuando los frecuentaba, estaban vacíos. Probablemente era el desconocimiento de que esos lugares existen, irrumpen, presentan nuevos espacios y propuestas en un mundo tan centrado en el consumo masivo y globalizado.
MUNA, Museo Nacional del Ecuador, sitio de acceso libre con exposiciones permanentes y actividades variadas. (Foto: Facebook - MUNA Ecuador).
Básicamente, su regaño se resumió en que, para gran parte de la gente, cultura y arte es solo lo internacional o “lo nuestro” que es presentado de forma folklorizada. Que debíamos dejar de quejarnos porque exposiciones temporales de Van Gogh eran muy costosas, de que hay conciertos que no llegan al país, de que ir a la gran cadena de cines es más caro por los impuestos. En su lugar, que exploremos más alternativas gratuitas o a muy bajo costo para conocer nuestras raíces, nuestro presente, otras perspectivas en otros lenguajes y a personajes propios que nos pueden aportar más de lo que creemos.
No obstante, considero que la libertad de elegir lo que queremos consumir es esencial para desarrollar nuestras potencialidades y ampliar ideas. Después de todo, ¿no deberíamos tener todas y todos las mismas oportunidades de participar de un performance gratuito contemporáneo, como de asistir a una función teatral de talla internacional sin tener que privarnos de necesidades básicas?