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El Desafío Cultural: Fabricio Valencia y los asuntos que se aproximan

Francklin Bermúdez Bravo

15 de setiembre de 2024

Foto protocolar del proceso de juramentación de los nuevos ministros. [Foto: TV Perú]


El pasado martes 3 de septiembre, la presidente Dina Boluarte tomó juramento a cuatro nuevos ministros que asumirán las nuevas carteras de Relaciones Exteriores, Comercio Exterior y Turismo, Vivienda, Construcción y Saneamiento y Cultura. Esta situación da apertura a un nuevo ciclo de cambio de cartera y la “esperanza” de la generación de incertidumbre por lo que se viene y las metas que estas contemplan. En casi 650 días de mandato, Boluarte suma 53 nombramientos ministeriales, obteniendo una media de un ministro cada doce días. Es preciso detallar que esta tendencia no es nada nueva, por lo que no despierta ningún tipo de asombro en los espectadores políticos y ciudadanos. Vivimos, para bien o para mal, en un dinamismo político sumamente intenso que se expresa a través de la volatilidad en los ministerios y el cambio representativo que representa para la canalización de un comportamiento y respuesta cultural evidente.


En sentido estricto, los nuevos cambios realizados pueden analizarse desde varias aristas. Sin embargo, resulta aún más interesante cuestionarnos el porqué de lo sucedido. ¿Qué es lo que hay detrás de toda la complejidad cultural que representa?¿Cómo lo canaliza social y culturalmente los ciudadanos?¿Qué es lo que se espera nuevamente?¿Qué retos culturales a nivel nacional, regional y local quedan por trazarnos y cumplirlos? Esta serie de cuestionamientos abre paso a direccionar el enfoque de las causas y consecuencias en base a una cartera en específica: el de cultura.


Fabricio Valencia Gibaja es el nombre del nuevo ministro de Cultura, en reemplazo de la ahora exministra Leslie Urtiaga, quien deja el cargo tras más de un año y medio de ejercicio.


Juramentación del nuevo ministro del Ministerio de Cultura, Fabricio Valencia. [Foto: Prensa Andina]


La vida académica de Valencia es completa. Es especialista en Patrimonio Cultural y Museólogo, abogado de profesión por la PUCP, cuenta con un Posgrado Internacional en Patrimonio y Turismo Sostenible en la Universidad Nacional Tres de Febrero, Buenos Aires, Argentina. Ha sido representante del Mercosur en la II Reunión del Sello Cultural Mercosur. Esta experiencia académica previa es un sustento para la credibilidad que pueda llegar a alcanzar. Incluso ha ocupado antes cargos en el Ministerio de Cultura siendo jefe del Área de Patrimonio Cultural y de la Oficina de Asesoría Legal del Ministerio que hoy lidera.


El actual ministro ha tenido desde hace mucho tiempo cercanía con el ámbito cultural y patrimonial de la sociedad peruana. Se denota claramente su inclinación y las capacidades potenciales que pueden ser requisito y beneficio para la cartera de Cultura. Sin embargo, un suceso ciertamente paradójico sucedió con Valencia al entrar en un debate legal con el ministerio que hoy lidera. Este es el caso de la plazuela de San Francisco. El flamante titular del MinCul, apareció hace algunos meses como abogado de la Orden Franciscana en medio de la disputa legal por las obras en la Plazuela San Francisco. Valencia ejerció como abogado de la parte defensora de la orden Franciscana, que guarda un respeto irrestricto hacia el patrimonio cultural del país. Dicha orden se veía vulnerada ante el inicio de una pretensión de obras por parte del Programa Municipal para la Recuperación del Centro Histórico de Lima (Prolima), que inherentemente involucró al Ministerio en dicha disputa. 


No se puede poner en tela de juicio el cuestionamiento que este suceso representa para la idiosincrasia de nuestra sociedad. Para bien o para mal, se debate una posición paradójica y controversial tras atravesar este suceso enfrentando al Ministerio de Cultura. Cabe decir que dicho apoyo actualmente ya no podría ser reiterado por el ministro debido a la cercanía con la institución. Defendió el patrimonio aprobado por UNESCO y hoy tiene la misión de realizar la misma gestión desde la posición de ministro.


Pero, ¿Qué es lo que se viene para el nuevo ministro? ¿Qué desafíos aún quedan pendientes? ¿Qué precedente tenemos del paso de cartera?


La tarea ministerial siempre ha sido y seguirá siendo un gran desafío político y organizacional. Las cifras y actitudes nunca han ido de la mano con nuestro deseo de mejoramiento hacia lo público. Y es que el problema radica en los propios actos producto de la interrelación de las personas.


El aspecto cultural parte en esta nueva gestión desde un punto de quiebre. Parte desde una escasa valoración de la diversidad cultural, una limitada participación cultural en las expresiones artístico – culturales. Un débil sistema sostenible de la gobernanza de la cultura, una intolerancia masiva latente, poca preocupación por la idiosincrasia y su mejoramiento. Los conflictos externos que recaen en una responsabilidad directa al multiculturalismo y un profundo descuido (olvido) hacia las propias personas y sus formas de expresión y de vida.


Imagen referencial sobre la Ley de Cines - Perú


Si bien es cierto el precedente que nos deja la ex ministra Urtiaga no es favorable en ningún aspecto. Cabe mencionar la ley de cine promovida que redujo un 50% los incentivos estatales para producciones artísticas regionales. Esto da pie a un punto de partida más complejo y con muchas más políticas de desarrollo por ejecutar. La expresión en su totalidad está siendo mermada poco a poco generando un silencio expresivo en toda la comunidad peruana. Especialmente, para aquellas personas que a pesar de ello cuentan con limitaciones y dificultades para el acceso y provecho de los recursos que deberían ser entregados para su uso. Actualmente, las políticas culturales resultan insostenibles al ser ejecutadas como proceso de sensibilización y no de un modo de canalización de las formas de vivencia particulares y auténticas que vive cada comunidad. 


Se percibe un grave problema para toda la sociedad: la linealidad política cultural. Resulta increíble y hasta grato observar y analizar posturas y políticas que el único medio de desarrollo sea la implementación y una mediana supervisión.


Debemos comprender que la política, y en especial la política cultural, no funciona en base a linealidades ni a políticas marginales que lo único que producen es una consecución de los mismos resultados que ya sucedieron sin ningún tipo de detenimiento en el análisis de impacto en las interrelaciones de los ciudadanos y su expresión. Un claro ejemplo de ello es el obedecimiento sistemático de la Agenda 2030, que es un conjunto de 17 objetivos y 169 metas planteadas con el fin de que se consigan resultados homogéneos en los países adscritos. Por ello, resulta inconcebible la toma de decisiones desde la linealidad y marginalidad. No se pueden comparar dos realidades sumamente diferentes, no se puede intentar englobar en un solo concepto o carácter a todo un universo de comunidades cuya caracterización más rica es la diversidad.


Por otra parte, contamos con un ecosistema cultural que, en principio, debería resultar sostenible para el manejo de las circunstancias. No resulta extraño tampoco pensar en la conservación del patrimonio cultural que desempeña un papel emocional y representativo para aquella comunidad a la cual se adscribe mediante la referencia directa. Pretendemos un mejoramiento y desarrollo de este aspecto únicamente promoviendo una serie de actividades como las visitas guiadas a lugares históricos y patrimoniales. Sucede que dichas acciones, por más de que cuenten con una intención clara de familiarización hacia lo que es propio y a apelar al orgullo nacional, resulta insuficiente mientras mantengamos una idiosincrasia ciertamente indiferente ante cualquier accionar (por lo menos en la zona centralizada de nuestro país), ya que si vemos desde el punto de vista desde aquellos olvidados y marginados hasta el momento, esto resulta ser una herramienta sumamente importante que por culpa de la endurecida centralización no permite desempeñar correctamente. Los ciudadanos, sin ninguna distinción, deben conocer lo propio, lo común y lo desigual. He ahí la riqueza de nuestra sociedad.



Imagen referencial sobre la expresión artística [Foto: Diario El Peruano]


Otro asunto importante resulta ser el del choque cultural ante posibles acontecimientos internacionales. Esto refiriéndonos estrictamente a la aproximación cercana de la migración de la población boliviana debido a la situación que están viviendo ahora. Visto desde el punto cultural, representaría una convergencia sumamente profunda y enriquecedora si tomamos por inicio de que compartimos, hasta cierto punto, un origen histórico común. Si se toman políticas anti migratorias, ¿estamos siendo egoístas? O, ¿solo queremos evitar el desenvolvimiento del problema mundial de la corriente multiculturalista?


O incluso también resulta preocupante los últimos hechos naturales que vienen sucediendo perjudicando nuestra geografía. Recursos naturales, flora, fauna y ciudadanos que residen aledañamente. Cuán grave debe ser vivir estas realidades desde tan cerca y recordando que el apoyo para estas personas demora, y en muchísimos casos, nunca llega.


Todo lo planteado anteriormente se maneja en base a una articulación gubernamental y un buen manejo del presupuesto público. La cultura está tan replegada que las políticas o “agendas culturales” brindadas ya resultan insuficientes ante una complejidad enorme. En el transcurso del año, la cartera de Cultura ha recibido un presupuesto de S/ 176.4 millones de soles para 53 inversiones en total. Incluso esto representa un incremento de 7% a toda la fuente de financiamiento respecto al 2023.


Lamentablemente, las pretensiones no están bien trazadas, las intenciones se quedan en palabras ante el choque de posturas y decisiones, el accionar queda limitado ante la poca capacidad estatal que se tiene. Ante el olvido por aquellos espacios que poco a poco vamos perdiendo por el desinterés. Resulta increíble pensar que mientras más años suceden, la sociedad evoluciona continuamente y olvidamos por completo a donde pertenecemos. Excluimos a aquellas personas que no ostentan la capacidad de poder estar al alcance de aquellos recursos o posibilidades que otras personas sí las cuentan. 


La visión descentralista es un llamado de auxilio hacia todas las comunidades alejadas y no tan alejadas que aclaman por un poco de consideración e interés por querer ser incluidos en el proceso de mejoramiento. No podemos cerrar esta capacidad dinámica y evolutiva como un frasco producto del centralismo. Se debe trabajar articuladamente entre los 3 niveles de gobierno, con una meta clara, políticas adecuadas al funcionamiento e interiorización de la población objetiva, capacidad de gasto y una correcta postura de abajo hacia arriba.


En síntesis, el nuevo ministro, Fabricio Valencia, enfrenta un gran desafío por lo que resta del tiempo en el cargo. Los resultados serán más visibles a largo plazo, sin embargo, la legitimidad que produce y el apuro por resultados favorables se hace clamar sin entender. Tal vez, la complejidad de las decisiones y las posibilidades que se presenten, pero con qué razón podríamos referirnos hacia aquellas comunidades que han esperado, y siguen esperando, un cambio que al parecer no promete llegar.  El desarrollo cultural que tengamos será el que seamos capaces de lograr, pero eso no se podrá conseguir si seguimos teniendo una perspectiva lineal. Una mala capacidad de ejecución y planteamientos de políticas, una mala capacidad de gasto, un desconocimiento y/o indiferencia hacia el trato de las expresiones culturales y el libre desarrollo de la sociedad peruana, mala articulación gubernamental e institucional, pero sobre todo, con una falta de compromiso que no queda exenta ante cualquier posibilidad. Los problemas son claros, los objetivos no tanto y el eventual mejoramiento es un misterio.


Editado por 

Nicolle Pinedo

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Francklin Bermúdez Bravo

Entusiasta por la investigación y escritura. con una fuerte convicción por y para lo político.

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