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La rebeldía de narrar: otros usos del hilo y la aguja

Valeria Ocaña Vizcaíno

15 de mayo de 2024


Arpillera que refleja arrestos y allanamientos en la dictadura militar de Chile. (Foto: cortesía de Margaret Beemer y MOLAA para Revista Artishock).


Socialmente, existe el imaginario de que únicamente es posible contar historias a través de la producción literaria, que es necesario acudir a los medios de comunicación para poder ser escuchados o esperar una solución ante cualquier problema. Eso sí, es necesario que se haga justicia por todas las historias, hay que contarlas bien, pues ya no basta con una mera exposición realizada al apuro de forma superficial.


Claramente, los profesionales de la Comunicación nos formamos para presentar mensajes que motiven la toma consciente de decisiones en la población. Muchas veces cuesta abarcar la gigantesca realidad, en expansión, de la que somos parte. Debemos centrarnos en aspectos muy específicos para lograr construir algo potente e interesante. 


Lo que muchas veces ignoramos es que el acto de narrar va mucho más lejos de los medios típicamente conocidos. Con la evolución de la tecnología y el desarrollo de la humanidad, aparecieron expresiones con las que se fortalece una comunidad y se empodera para manifestarse con libertad: performance, podcast, creación de contenido, ciberactivismo, etc. También hay otros métodos que se crean desde espacios subalternos que se distancian un poco de las herramientas y plataformas digitales, entre ellos están el tejido y el bordado.


Desde la casa hasta la construcción de memoria


El bordado fue parte de diferentes etapas de la historia de la humanidad, no obstante, este artículo no se trata de su recorrido a profundidad. Empecemos recordando cómo era una pieza clave en la “educación” de las niñas, algo que les permitía crear arte delicado en el espacio doméstico. Como antiguamente la sociedad patriarcal relegaba a las mujeres al hogar, al cuidado y al servicio, se constituía en una actividad que rompía con la cotidianidad, la soledad y la frialdad de ocuparse de una casa. 


Cierta magia emergía de una necesidad de contacto, así las mujeres se reunían para bordar, para hablar de lo que sucedía puertas adentro, para discutir los acontecimientos del espacio público en el que no podían participar. Hasta las historias silenciosas de violencias y abusos se sumaban a estas charlas entre hilos y agujas. Otro aspecto importante para esto es el estatus social, como afirma María Paula Guativonza Higuera, en su publicación de El Uniandino, titulada ‘La historia del bordado: cosmovisión, identidad y transformación social’: “Antiguamente el bordado era sinónimo de estatus y riqueza ya que los utensilios con los que se trabaja solían ser bastante costosos. Además, se tenía en cuenta como una habilidad que enmarca el camino de una niña hacia la condición de mujer”. 

Por otra parte, el tejido ha cumplido un rol fundamental para las familias, ya que las mujeres plasmaron sus historias familiares, tradiciones y cultura en las telas. Es un registro que no se hace con pinceles o lápices, sino entre hilos, es un apoyo para que la información no se pierda intergeneracionalmente o entre comunidades. Se trata de un arte que crea, que envuelve, que documenta, que hace perdurable el paso de un grupo de personas en esta vida.



Tejidos realizados en Otavalo, Ecuador. Es arte de comunidades indígenas. (Foto: Ecuador Travel).


¿Quiénes denuncian en tela?


No tenemos que saberlo todo, es algo cada vez más difícil que nos podría llevar a tener un exceso de información. Aun así, hay páginas de la Historia que no están en libros, pero se visibilizan desde otros formatos después de años. Por tanto, siempre debemos mantener esa curiosidad por descubrir que cada época tenía sus conflictos, aunque no los quieran reconocer de la misma manera que otros sucesos “mayores”. 


Durante la dictadura militar de Augusto Pinochet en Chile, estaban las arpilleristas, quienes eran mujeres que decidieron realizar bordados en conjunto como una denuncia pública de los crímenes que se llevaban a cabo y para motivar la búsqueda de personas desaparecidas. Estas manifestaciones llevaban el nombre de “arpilleras” y se hacían en sacos de papa o harina, claramente, de forma anónima para evitar represalias. Además de ser una forma de exteriorizar su dolor y su descontento, funcionaban como una opción básica para generar sustento económico. 


Ahora bien, en el caso del Ecuador y en años más recientes, se han llevado a cabo juntadas de colectivas feministas para el bordado. A partir del contexto anterior, podemos entender estas actividades como protestas e impactos en la memoria colectiva. Ellas se reúnen para hablar por las que no están, las que el mismo Estado evade y presentan una manta de feminicidos, donde plasman los nombres de cada una de las víctimas, incluso los videos de agrupaciones como Bordar la Ternura muestran a las mujeres bordando en medio de marchas significativas como la del 8M.



Mujeres bordando durante la marcha del 8M, llevan una manta con los nombres de las víctimas de feminicidios en Ecuador. (Publicación colaborativa de Instagram de @bordarlaternura y @estxs_queleen).


Al respecto, para comprender el bordado como una narrativa comunitaria, creativa y contestataria de raíces ancestrales indígenas, Estefania Tenesaca Luzón, quien investiga este ámbito para su tesis de grado en Comunicación Social, afirma que: “Hay un tipo de arte ahí que es un reclamo hacia los derechos que nos han quitado, que nos siguen violentando por ser mujeres, por ser parte de las comunidades LGBTIQ+”.


Igualmente, relaciona el bordado desde la diversidad de miradas del arte, aquel que no tiene un enfoque específico en las distintas creaciones indígenas. Es visibilizar demandas y ser una parte trascendental del espacio público, hacerle frente a la discriminación y al racismo. Es un momento de liberación respecto a la carga del hogar y organización, empatía en la que cada persona anima a la otra que comparte su situación.


Estefania explica la dinámica interior de esta práctica: “Las personas que piensan en común se reúnen y empiezan a conversar, a partir de lo que empiezan a dialogar, tienen este intercambio de conocimientos y van coincidiendo y creando”. En sí, el entrelazamiento de ideas en cada encuentro permite conclusiones y consensos frente a las violencias y problemáticas públicas y privadas (del hogar).


Es así como las mujeres, unidas por la indignación y sentires en común, utilizan el bordado para denunciar, para revelarse y para entrar al campo público como seres que tienen mucho que decir, al igual que los hombres. De hecho, hasta la actualidad esta inspiración construida históricamente ha permitido que en las industrias y luchas sociales se hable de personas, de identidades, de problemáticas y de lo que los grupos hegemónicos pretenden silenciar.

Editado por 

Luis Carlos Lavado

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Valeria Ocaña Vizcaíno

Comunicadora y periodista digital. Curiosa de lo social y cultural, aprendo nuevos enfoques para narrar.

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