Raíces y Bisturí: el choque entre tradición y modernidad en el parto
Katherin Peña Román
13 de setiembre de 2024
Mujer gestante de una comunidad indígena. (Foto: UNFPA Perú)
En Perú, un país de rica diversidad cultural y geográfica, se vive un creciente conflicto entre las prácticas ancestrales de parto y los métodos modernos de atención obstétrica. Esta tensión es particularmente evidente en las regiones andinas y amazónicas, donde las comunidades quechuas, aymaras y nativas mantienen tradiciones milenarias en torno al nacimiento. El choque entre la cosmovisión indígena y el sistema de salud occidental plantea desafíos únicos para la atención materna en el país.
Una gestante se prepara para el parto vertical en el Centro de Salud de Nauta. (Foto: Patrick Murayari Wesember)
La falta de entendimiento mutuo entre los sistemas de salud occidentales y las prácticas tradicionales puede llevar a percepciones erróneas sobre los riesgos para la madre y el bebé. Muchas comunidades indígenas ven los procedimientos médicos modernos como invasivos y potencialmente dañinos, mientras que los profesionales de la salud pueden considerar las prácticas tradicionales como riesgosas o poco higiénicas.
Por ejemplo, uno de los puntos más controversiales es la posición de la madre durante el parto. Mientras que la medicina occidental ha adoptado mayoritariamente el parto horizontal, muchas culturas tradicionales prefieren el parto vertical. Esta diferencia no es solo una cuestión de comodidad, sino que refleja distintas concepciones sobre el proceso del nacimiento y el papel de la mujer en él.
Como resultado de estas diferencias culturales y de enfoque, muchas mujeres de comunidades tradicionales se resisten a dar a luz en centros de salud o postas médicas. Prefieren el entorno familiar y las prácticas conocidas, lo que puede llevar a situaciones de riesgo cuando surgen complicaciones.
En casos de complicaciones que requieran atención especializada, la derivación a centros médicos mejor equipados se vuelve crucial. Sin embargo, la falta de infraestructura, las largas distancias y las barreras geográficas pueden dificultar enormemente el acceso oportuno a estos servicios, poniendo en riesgo la vida de madres y bebés.
Por su lado, la mayoría de los médicos y obstetras están formados para atender partos en entornos hospitalarios controlados. Esta formación a menudo no los prepara adecuadamente para atender partos en contextos culturalmente diversos o en condiciones menos ideales, como pueden ser las comunidades rurales o indígenas. El conflicto entre las prácticas tradicionales de parto y los métodos modernos de atención obstétrica nos invita a reflexionar profundamente sobre la necesidad de un sistema de salud verdaderamente intercultural. Este desafío no es solo una cuestión de procedimientos médicos, sino un llamado a repensar fundamentalmente cómo concebimos y proporcionamos atención de salud en sociedades diversas.
La sala de partos del Centro de Salud de Nauta tiene acondicionados los espacios para el parto vertical. (Foto: Patrick Murayari Wesember)
La verdadera fortaleza de un sistema de salud intercultural radica en su capacidad para tender puentes entre mundos aparentemente distantes. Al unir el conocimiento ancestral con la medicina moderna, no solo mejoramos la salud materna, sino que también sanamos las heridas históricas de la exclusión. Este enfoque nos desafía a ver más allá de nuestros propios paradigmas y a reconocer que la sabiduría puede venir de múltiples fuentes.
El camino hacia un sistema de salud intercultural no está exento de desafíos, pero es esencial para garantizar una atención equitativa y respetuosa para todas las mujeres. Requiere humildad, apertura y un compromiso genuino con el aprendizaje mutuo. Solo a través de este podremos crear un sistema de salud que no solo mejore los resultados médicos, sino que también honre la rica diversidad cultural de nuestras comunidades. Es un acto de justicia social y un paso hacia una sociedad más inclusiva y respetuosa.
Al final, el objetivo es claro: garantizar que cada madre y cada bebé reciban la mejor atención posible, en un entorno que respete sus creencias, tradiciones y dignidad. Este es el verdadero significado de un sistema de salud intercultural, representa la promesa de un futuro donde la diversidad cultural se celebra como un recurso valioso en el cuidado de la vida, desde su mismo inicio, y es un objetivo por el que todos debemos trabajar juntos.