En los peores o mejores momentos, la moda nunca ha dejado de ser un fenómeno vibrante en la sociedad y aunque logre camuflarse el influjo causado por las condiciones de la época ante la mirada de los consumidores, las tendencias siempre han respondido a las nuevas realidades y redefinen el estilo de vida en cada situación.
En su obra El imperio de lo efímero, Lipovetsky considera a la moda como un fenómeno social total que abarca dimensiones artísticas, económicas y sociológicas. Más allá de ser un elemento capaz de expresar individualidad y creatividad, refleja la situación de una sociedad como un espejo.
¿Qué es primero: el ciclo económico o la moda?
Por más increíble que parezca, las tendencias no surgen sin un trasfondo económico marcado por los acontecimientos del momento y afecta tanto a los consumidores en su comportamiento de compra como a las empresas textiles en su producción. Según esta teoría, en épocas de bonanza, las personas tienden a consumir más ropa, usar prendas más arriesgadas o invertir en lujo.
En recesión, prevalecen la austeridad y la funcionalidad. Las prendas se diseñan pensando en la utilidad más que en el lujo, con cortes clásicos que sobreviven varias temporadas y materiales resistentes que justifican cada centavo invertido. Por ejemplo, tras la Segunda Guerra Mundial, surgió el «New Look» de Dior, que aunque lujoso en apariencia, respondía a una necesidad psicológica colectiva de recuperación y esperanza, contrastando con la rigidez de los años bélicos.

En el otro extremo del termómetro económico, cuando la bonanza toca la puerta, el armario se desata. La estabilidad financiera suele traducirse en un aumento del consumo y una mayor disposición a experimentar con lo que vestimos. La moda se vuelve más atrevida, colorida y extravagante. Basta mirar los años 80, una década marcada por el exceso y el optimismo económico en muchas partes del mundo: hombreras imponentes, brillos, estampados llamativos y looks que gritaban poder y confianza.
Aunque a veces parezca que la moda marca el ritmo del mundo, lo cierto es que suele bailar al compás de la economía. El ciclo económico —con sus altibajos de expansión y recesión— va primero, y la moda reacciona como un espejo sensible a esos cambios. No es coincidencia que cuando el consumo se retrae, también lo hagan las pasarelas, y cuando la confianza vuelve, la ropa se atreva a soñar en grande. Es una relación casi intuitiva: la cartera dicta, el estilo responde.
¿Cuál es la visión de la moda actual?
En 2025, la moda se mueve en un punto medio: entre la cautela heredada de crisis recientes y el deseo de expresión que empieza a florecer con una economía más estable. El consumidor actual es híbrido, ya que busca la comodidad sin sacrificar el estilo, valora la sostenibilidad, pero también quiere verse bien y diferenciarse. Las pasarelas lo reflejan con propuestas versátiles, conscientes y con guiños nostálgicos a épocas de opulencia, como los brillos de los 2000 o las siluetas de los 80, pero reinterpretadas bajo una óptica más responsable. Ya no se trata solo de seguir tendencias, sino de elegir con intención. En este nuevo panorama, la moda no solo mide la temperatura económica, también señala hacia dónde queremos ir como sociedad.
