En una pequeña cocina del distrito limeño de Miraflores, un chef mezcla leche de tigre con miso, yuca con curry tailandés y causa limeña con toques de wasabi. Lo que hace apenas una década habría parecido una herejía culinaria, hoy se celebra como innovación. La cocina fusión en Perú ha dejado de ser una moda para convertirse en una nueva corriente dominante que conquista paladares dentro y fuera del país.
El auge de esta tendencia no es casual. Perú es un crisol cultural que combina herencias andinas, españolas, africanas, asiáticas y amazónicas. Y precisamente esa diversidad ha permitido que la gastronomía evolucione, integrando ingredientes, técnicas y tradiciones de todo el mundo.
«La cocina fusión peruana representa lo que somos: mezcla, creatividad y sabor», afirma el chef Mitsuharu Tsumura, líder del afamado restaurante Maido, considerado uno de los mejores del mundo por su propuesta nikkei, una fusión entre la cocina japonesa y peruana.
No solo Lima es epicentro de esta transformación. En Arequipa, Trujillo y Cusco, jóvenes chefs están reimaginando los clásicos locales con insumos globales: chupe con leche de coco, arroz chaufa con quinoa o anticuchos al estilo coreano. El resultado: una gastronomía versátil que dialoga con el mundo sin perder sus raíces.

Eventos como el festival Gochisō Perú y propuestas como los menús «chifa-nikkei» en restaurantes emergentes muestran que la fusión ha llegado para quedarse. Según datos del Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (MINCETUR), el turismo gastronómico ha crecido un 15 % en el último año, en parte gracias al interés por esta cocina mestiza.
Pero no todos aplauden el fenómeno. Algunos puristas temen que la innovación desdibuje las recetas tradicionales.
«Es importante experimentar, pero sin olvidar la esencia de nuestros sabores originarios», dice Rosa Huamán, cocinera tradicional de Ayacucho.
Mientras el debate continúa, lo cierto es que la cocina fusión peruana sigue ganando terreno. No solo en restaurantes de lujo, sino también en mercados, food trucks y casas familiares. En cada plato, una historia. En cada bocado, un puente entre culturas.