En su debut literario, Bryan Paredes (Lima, 1993) aborda los primeros encuentros con el mundo: la inexperiencia, los errores, las heridas. Infancias (Dendro, 2023) nos recuerda que en esa primera etapa de la vida se aprenden lecciones duras y definitivas. Y, con ese aprendizaje, parte de nuestra inocencia se pierde: no tenemos tiempo de atesorarla, nos la arrebatan demasiado pronto.

Paredes despoja a la palabra «infancia» de su habitual carga lúdica e inofensiva. Le quita la ternura. Raspa la capa edulcorada que la cubre y encuentra, en el fondo, una sustancia amarga. El escritor Luis Fernando Cueto menciona que el libro ofrece «una mirada distinta, desprejuiciada y sin concesiones». Añade, sobre los trece relatos, que no son «amables», sino que sirven «para cuestionar y sacudir conciencias».
Infancias y la herencia del realismo urbano
La mirada sin concesiones se manifiesta con nitidez en los cinco cuentos iniciales, los más potentes del libro. En ellos se percibe una impronta literaria conocida, heredera del realismo urbano de mediados del siglo XX. Tienen ecos temáticos de Lima, hora cero (1954), de Enrique Congrains, y Los inocentes (1961), de Oswaldo Reynoso.
Los protagonistas de estos relatos son niños y adolescentes de clases populares. Están marcados por la ausencia de los padres y la violencia normalizada. Viven en barriadas y periferias, en distritos como La Esperanza (Trujillo) y San Juan de Lurigancho (Lima). En estos escenarios, el aprendizaje es una lucha constante y, casi siempre, dolorosa.
Con esto, Infancias se inscribe en una tradición ya consolidada dentro de la narrativa peruana: el realismo urbano. Una tradición con una fuerte carga de crítica social.

Cuentos crudos y un autor valiente
El relato que abre el libro, «La teoría de las reglas», funciona como carta de presentación. En él, un niño tímido intenta sobrevivir en un entorno agresivo haciéndose notar lo menos posible. Al final, aprende —a la mala, siempre a la mala— que el dolor es inexorable y que tiene matices. Un reglazo en la palma de la mano asusta, pero es fugaz; unas palabras hirientes, en cambio, se incrustan en la memoria por años, «quizá para siempre».
Los cuatro cuentos siguientes son los más duros, tanto por su contenido como por el modo en que Paredes se aproxima a ellos. Son impactantes, crudos, descarnados. En uno, un niño cuida a un ave herida para luego, de pronto, matarla. En otro, un chico de doce años tiene la mala suerte de ayudar a una señora con segundas intenciones. Un relato presenta a un niño de diez años que, al parecer, se venga de su primo mayor —tal vez incluso de forma mortal—. En el último, un adolescente futbolista mantiene una relación ambigua e inquietante con un hombre adulto.
Estas narraciones demuestran que Paredes es un escritor valiente, dispuesto a internarse en zonas oscuras de la experiencia humana. Y lo hace sin caer en el morbo, apoyado en recursos como el dato escondido y el final abierto, que Cueto destaca en su comentario del libro. Aquí, las técnicas funcionan bien: crean un aura de ambigüedad y misterio que intriga al lector y lo invita a una segunda lectura. También resultan adecuadas para abordar este tipo de historias complejas y delicadas con una madurez sorprendente, sobre todo si consideramos que Infancias es el debut literario de Paredes.
¿Lo mejor para el final?
La sorpresa no se mantiene por mucho. En los ocho cuentos restantes, el libro pierde algo de peso. Aunque Paredes intenta seguir explorando el tema del primer acercamiento al mundo —esta vez con personajes, en su mayoría, adultos—, las narraciones resultan menos sólidas y cohesivas entre sí.
Hay, sin embargo, una excepción notable: «Entrevista a Paul Auster». El cuento que cierra la colección es considerado por varios reseñistas como el más logrado. En él, un periodista cultural consigue, tras mucho tiempo buscándolo, una entrevista virtual con el aclamado escritor estadounidense. Dos horas antes del encuentro programado, su padre —un hombre alcohólico y distante con quien mantiene una relación conflictiva— le pide que vaya a verlo. El drama del relato surge a partir de ese pedido inesperado. La historia aborda la infancia como una herida abierta: una que llevamos escondida aún en la adultez, con la esperanza de que algún día llegue a sanar.

«Desde chico nunca me dijiste que me querías y hasta ahora me duele»
El cuento sobresale no solo por la fuerza de su historia y su final memorable, sino también por su forma. En los momentos oportunos, Paredes se arriesga y despliega una narración que remite al flujo de conciencia de Cara de Ángel, en el cuento homónimo de Oswaldo Reynoso. La prosa crece, pierde puntuación, se agita. Por primera vez en el libro, se percibe una propuesta estética distinta en el uso del lenguaje:
No recuerdo cuántas veces más le dije que me tenía que ir y salud, pues, papá, salud, carajo, como padre e hijo, sí, sí, mi padre se paró y me abrazó, quise levantarme y no pude, se acercó a mi oído y me dijo yo te amo, huevón, pero tú nunca me lo dices, y yo seguía quieto en mi asiento, desde chico nunca me dijiste que me querías y hasta ahora me duele, no podía ni siquiera mover los brazos, porque te amo, hijo, y lo abracé fuerte, papá, tanto que no pude decirle nada más, solo papá, papá, papá (…)
El estilo detrás de Infancias
El estallido narrativo de «Entrevista a Paul Auster» resalta dentro del conjunto. En el resto del libro, Paredes elige una prosa más llana, más contenida. Su estilo, en general, se vincula más con Raymond Carver que con Reynoso: narración directa, sin ornamento, que busca precisión más que lirismo.
Y, sin embargo, ese contraste pone sobre la mesa una posibilidad: ¿qué pasaría si Paredes se permite explorar con mayor libertad las posibilidades del lenguaje? «Entrevista a Paul Auster» sugiere que hay otro registro disponible, uno que podría llevarlo más lejos.
Un debut con mirada
En Infancias, Bryan Paredes retrata los primeros encuentros con el mundo sin edulcorantes ni idealizaciones. Expone los golpes, los cortes, las heridas que tardan en sanar —y que, quizá, nunca lo hagan por completo—. Recurre al realismo urbano más crudo e implacable, inscribiendo su primer libro de cuentos en una de las tradiciones literarias más consolidadas de la narrativa peruana.
Por eso, si Infancias destaca, no es tanto por su estilo como por su mirada: crítica, incómoda, sin adornos. Es esa mirada la que presenta a Paredes como un escritor con potencial. En varias de las historias de su debut ya demuestra su talante como narrador; ahora falta ver hasta dónde puede llegar.