El mundo despide con profunda tristeza a Mario Vargas Llosa, uno de los más grandes exponentes de la literatura en lengua española, quien falleció en Lima a los 89 años. Su partida marca el fin de una era para las letras hispanoamericanas y para toda una generación que creció, soñó y se rebeló con sus palabras.
Nacido en Arequipa, Perú, en 1936, Vargas Llosa fue mucho más que un novelista: fue un intelectual comprometido, un cronista de las estructuras del poder y un eterno defensor de la libertad. Su obra, extensa y profunda, nos dejó títulos imprescindibles como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y La fiesta del Chivo, que diseccionaron con precisión quirúrgica la política, la violencia y la moral de América Latina.
Ganador del Premio Nobel de Literatura en 2010, su nombre quedará inscrito para siempre junto al de los grandes escritores universales. El jurado del Nobel lo reconoció “por su cartografía de las estructuras del poder y sus imágenes mordaces de la resistencia, la revuelta y la derrota del individuo”, una frase que resume con justicia el corazón de su obra.
Pero Vargas Llosa no fue solo un narrador magistral. Fue también una figura pública de peso, protagonista del debate político e ideológico de su tiempo. Su candidatura presidencial en 1990, su viraje ideológico del marxismo al liberalismo y su incansable defensa de la democracia lo convirtieron en una figura polémica pero siempre relevante.
Su muerte deja un vacío imposible de llenar, pero su legado es inmenso y perdurable. En las bibliotecas del mundo, en las aulas universitarias, en los cafés donde se discuten ideas y en la mente de millones de lectores, la voz de Mario Vargas Llosa seguirá viva.
Hoy lo despedimos con gratitud y con el compromiso de mantener encendida la llama de su pensamiento y su arte. Que sus palabras sigan desafiándonos, incomodándonos y recordándonos que, como él escribió alguna vez, “la literatura es fuego”. Y él, sin duda, fue uno de sus más brillantes incendios.