Diversidad que se celebra: lenguas, culturas e identidades vivas. 21 de mayo, una fecha para reflexionar, defender y valorar lo que somos

Un día para reflexionar, no solo celebrar

Cada 21 de mayo se conmemora el Día Mundial de la Diversidad Cultural para el Diálogo y el Desarrollo, establecido por la ONU desde 2003. En el Perú, también se celebra como Día Nacional de la Diversidad Cultural y Lingüística establecido por el Ministerio de Cultura para poner en valor nuestras múltiples identidades.

Esta es una ocasión clave para recordar lo que la historia oficial muchas veces ha ignorado: que la diversidad no es un problema a resolver, sino una fuente de riqueza social, espiritual y económica.

La cultura —expresada en lenguas, músicas, tejidos, historias, formas de trabajo, creencias y afectos— es mucho más que entretenimiento: es identidad viva. Y en un país como el nuestro, que, según el Ministerio de Cultura que alberga más de 55 pueblos indígenas y 48 lenguas originarias, esa diversidad es un pilar profundo de lo que somos, lo que hemos adquirido de generación en generación.

La diversidad que nos define y sostiene

La diversidad cultural se manifiesta en todo lo que hacemos: cómo nos saludamos, cómo cocinamos, cómo cantamos, cómo enseñamos a nuestros hijos. Al tener diversas expresiones y manifestaciones, el Perú es uno de los países con mayor diversidad cultural en el mundo. Esa riqueza se expresa en múltiples lenguas, técnicas, expresiones artísticas y formas de vida que han resistido siglos.

Tenemos así expresiones como la Danza de las Tijeras, la Fiesta de San Juan con su emblemático juane, el Ceviche plato bandera del Perú, entre muchas otras expresiones que forman parte de nuestra riqueza cultural.

Pero no basta con reconocer esta diversidad como algo “bello” o “colorido”. Es necesario entenderla como una fuerza que puede reducir la pobreza, generar empleo cultural, fortalecer la autoestima colectiva y promover la innovación desde las raíces. Reconocerla implica también repensar nuestro sistema educativo, nuestra forma de comunicar y cómo entendemos el desarrollo desde lo local.

Lo que estamos perdiendo

A pesar de los discursos oficiales, muchas expresiones culturales están en peligro. Lenguas que se apagan, saberes que no se transmiten, prácticas que no se documentan y desaparecen sin dejar rastro. La migración, la discriminación, la pobreza y el abandono estatal profundizan esa pérdida. Y en contextos de crisis, la desigualdad cultural se ha hecho más evidente: mientras algunos accedían a arte y educación desde casa, otros veían desaparecer sus espacios comunitarios.

Hoy, lenguas como el resígaro —una lengua amazónica—enfrenta una situación crítica, con apenas algunos hablantes vivos. No se trata solo de nostalgia: cuando una lengua desaparece, desaparece también una forma de ver el mundo. Y cuando no se reconoce el derecho a vivir y expresarse culturalmente, se atenta contra la dignidad humana.

 Las comunidades no esperan: crean y resisten

Afortunadamente, los pueblos originarios y comunidades culturales no se han quedado de brazos cruzados. Hay radios que transmiten en lenguas indígenas, colectivos artísticos que revaloran saberes ancestrales y escuelas interculturales impulsadas desde las comunidades. También han surgido algunas iniciativas desde medios públicos: por ejemplo, TV Perú integró a su programación el noticiero Ñuqanchik, el primero en quechua, para llegar a millones de peruanos que hablan esta lengua originaria. En 2017, lanzó Jiwasanaka, el primer espacio informativo en aimara, según informó la propia televisora pública.

Asimismo, destaca el Archivo de la Palabra, impulsado por el Ministerio de Cultura, que recopila testimonios orales en lenguas indígenas con el fin de preservar la memoria viva de nuestros pueblos; o las escuelas quechua-hablantes en zonas rurales de Cusco, donde se enseña desde las lenguas originarias como primer idioma.

Las madres que enseñan a bordar, los abuelos que cuentan leyendas, los jóvenes que crean música en lenguas originarias son ejemplos de esa cultura viva que se transforma sin perder su raíz.

Pero no basta con que las comunidades resistan solas. El Estado debe asegurar que todas las culturas puedan vivir y expresarse libremente, sin tener que pedir permiso ni adaptarse a una única forma oficial de ver el mundo.

Este 21 de mayo no puede ser solo un día de frases bonitas. Es una oportunidad para mirarnos con honestidad y decidir qué país queremos construir. Uno donde quepan todas las lenguas, todas las memorias, todos los modos de existir. La diversidad cultural y lingüística no es un adorno: es la base de un Perú verdaderamente democrático.

La diversidad es presente, pero sobre todo es futuro. En un país herido por desigualdades, reconocernos en nuestras múltiples identidades es un acto de justicia. Este 21 de mayo, celebremos lo que somos, protejamos lo que nos hace únicos y abramos espacio para todas las voces. Un Perú con memoria, lengua, con identidad compartida y con dignidad para todos.

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