Violet Paget, más reconocida como Vernon Lee dentro del canon gótico victoriano, cultivó un tipo de terror refinado que oscila entre la sugestión psicológica y lo sobrenatural. Su escritura no solo consolidó una voz singular en la tradición gótica, sino que también introdujo una dimensión subversiva: personajes femeninos complejos que desestabilizan los moldes de su tiempo y una mirada que, desde su identidad queer, desafió las convenciones sociales y literarias de la época. Con este artículo busco recuperar su narrativa y reivindicarla como una figura transgresora cuya vida y obra amplían nuestra comprensión del gótico y de la literatura victoriana. Para ello, se analizará uno de los relatos de su colección Hauntings (1890), “Amour dure”.
Nació en Boulogne-sur-Mer, Francia, en el seno de una familia inglesa acomodada y poco convencional. Desde temprana edad mostró un vivo interés por la música y el arte, además de un talento intelectual que le permitió dominar con fluidez cuatro lenguas: inglés, francés, alemán e italiano. Su infancia y juventud transcurrieron entre constantes viajes por Francia, Bélgica, Alemania e Italia, siendo este último país el lugar donde finalmente se estableció y al que dedicó gran parte de su producción intelectual. En 1878 adoptó el seudónimo masculino de Vernon Lee, una estrategia común entre escritoras de la época para obtener reconocimiento en un ámbito editorial dominado por hombres. Aunque recurrió a esa máscara literaria, no disimuló su homosexualidad y fue conocida por su aspecto deliberadamente andrógino.
Su obra y personalidad le granjearon admiración en los círculos intelectuales europeos. Entre sus lectores y conocidos se cuentan figuras como Oscar Wilde, Henry James, Aldous Huxley, Italo Calvino, Edith Wharton, George Bernard Shaw y Robert Browning. No obstante, tras su muerte en 1935, su legado cayó en un prolongado olvido, hasta que en la década de 1990 comenzó a ser recuperado y valorado por la crítica contemporánea. Entre sus publicaciones más destacadas se encuentra Hauntings (1890), una colección de cuatro relatos sobrenaturales en la que convergen algunos de los rasgos más característicos de su escritura: la presencia de fantasmas, la exploración de la obsesión psicológica, personajes que cuestionan la rigidez de los roles de género y constantes evocaciones del pasado. En 2019, la editorial Destino recuperó esta obra bajo el título Embrujadas, dentro de la colección “Reveladas”, dedicada a reconocer a escritoras que, como Paget, se vieron obligadas a escribir bajo seudónimo para acceder al ámbito literario.

Amour dure y la heroína gótica
El relato “Amour dure” se presenta en forma de pasajes escritos por el profesor Spiridion Trepka, quien llega a Italia para realizar una investigación académica. Sin embargo, lo que inicia como un interés histórico, termina convirtiéndose en una obsesión que consume al protagonista. A medida que avanza su relato, Spiridion se siente cada vez más atraído por la figura de Medea da Carpi, una noble renacentista con un pasado marcado por la violencia y el escándalo. Acusada de asesinar a su primer esposo, Medea utilizó su belleza y audacia para seducir a distintos hombres que la protegieron, llegando incluso a cometer crímenes y a perder la vida por ella. El duque Roberto II, temiendo convertirse en su próxima víctima, ordenó su ejecución. Para asegurarse de que no escapara nuevamente, dispuso que fueran otras mujeres quienes la mataran.
En los pasajes de Spiridion, Medea se convierte en su centro de fascinación sin límites. Él mismo reconoce que nunca había amado a otra mujer como a Medea, cuya presencia espectral lo domina. El clímax ocurre cuando afirma haberla visto en sus paseos y, más aún, cuando recibe supuestas cartas de ella. En ellas, Medea le pide un favor: destruir con un hacha la estatuilla de plata del duque Roberto, construida con el único fin de garantizar el descanso eterno de su alma. Spiridion cumple el encargo, ignorando que con ello se convierte en instrumento de la venganza de Medea. Evidentemente, el desenlace es fatal. Spiridion es hallado muerto, apuñalado en el corazón por una mano desconocida, junto a la figura mutilada del duque.
Tras este breve recorrido por la trama, resulta inevitable detenerse en la figura de Medea da Carpi, eje del relato y motor de la obsesión del profesor. Lejos de encarnar a la heroína gótica tradicional, Medea se presenta como un personaje enigmático y transgresor, cuya fuerza narrativa permite leer el cuento en clave de confrontación entre dos modelos femeninos: la heroína inocente y pasiva, consolidada hacia finales del siglo XVIII, y la femme fatale del siglo XIX. En el marco de la novela gótica, la primera se definía como una joven virtuosa, de gran sensibilidad y constantemente amenazada por fuerzas masculinas, tal como puede observarse en las protagonistas de The Mysteries of Udolpho (1794) de Ann Radcliffe. Medea da Carpi, en cambio, se distancia de todo lo que representa esa figura, pues su belleza resulta peligrosa, ejerce una fascinación irresistible y acaba destruyendo a los hombres que caen bajo su influjo.
“Amour dure” introduce una protagonista que se inscribe en el arquetipo decimonónico de la femme fatale, figura literaria y cultural que condensaba los temores frente a la mujer emancipada y al poder que podía ejercer sobre lo masculino. Esta construcción encuentra un eco en Lady Lilith (1866–1873) de Dante Gabriel Rossetti, donde la mítica seductora aparece como una presencia de belleza perturbadora, absorta en su propio reflejo. La iconografía de Rossetti dialoga con la de Medea da Carpi: ambas encarnan la tensión entre fascinación y amenaza, cuestionando los límites del rol femenino tradicional.

Sin embargo, Violet Paget lleva esa representación más allá. La fuerza destructiva de Medea no se extingue con su muerte, sino que atraviesa la frontera entre vida y espectro para acosar al protagonista. Este recurso, propio del gótico, se convierte en un gesto de subversión, pues Medea rehúsa el castigo impuesto y retorna como figura indomable. Al dotarla de una agencia desbordante, Paget cuestiona los arquetipos femeninos que habían dominado el imaginario literario desde el siglo XVIII y propone un modelo que se resiste a ser reducido a la lógica del castigo o la redención. En ese gesto, su obra tensiona los códigos del gótico y se inscribe en una tradición de escritoras que exploraron los límites de la subjetividad femenina, abriendo nuevas formas de representación más complejas y menos disciplinadas por las convenciones de género.