Hace instantes nos dejó nuestro único Nobel de Literatura, Jorge Mario Pedro Vargas Llosa, a la edad de sus 89 recién cumplidos años. Aquél que escribía para vivir un poco más. El Perú lamenta profundamente su repentino fallecimiento, pero celebra con orgullo la exitosa trayectoria e historia del influyente escribidor.

Nació en Arequipa, un 28 de marzo de 1936, no muy lejos de la separación de sus padres. Un desaparecido Ernesto Vargas Maldonado (al que creyó muerto por años) y Dora Llosa Ureta, quien criaría al futuro nobel junto su familia materna. A los cinco años, en el Colegio La Salle (Bolivia), experimentó su primer y más importante acontecimiento aprendiendo a leer. Permitiéndole sumergirse en pasajes literarios como “20.000 lenguas de viaje submarino” de Julio Verne y (a escondidas de su madre) “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” de Pablo Neruda. En 1946 volvería al Perú para continuar sus estudios en el Colegio Salesiano de Piura. Periodo en el cual, se empezaría a encontrar con su destino que atrevía a definir el resto de su vida. El joven Vargas Llosa ya escribía sus primeros poemas, recitándoselos a sus queridos abuelos como una genuina expresión de sus dotes literarios. Pronto sus padres retomarían su relación, marcándolo terriblemente. Conoció a su padre mediante una dura convivencia llena de arrebatos violentos y un ambiente áspero. Generándole un profundo terror que hubiese preferido canjear por la muerte. En un intento de “reforzar su masculinidad” y obstruir sus sueños, Ernesto Vargas lo enviaría al Colegio Militar Leoncio Prado del Callao. Sin imaginar que, a pesar del duro pasaje, acercaría a un joven Mario a su vocación como escritor. Mediante estas experiencias es que pudo desnudar y transparentar su sentir ante amargos escenarios mediante sus aclamadas obras. Tales como, la Ciudad y Los Perros (1962) o Pez en el Agua (1993).

Se acercó al mundo periodístico en 1952, mediante su participación en los diarios “La crónica” y “La industria”. Posteriormente ingresó a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde estudió “Letras y Derecho”. Fue escriba de noticias en Radio Panamericana y colaboró en “El Dominical” de El Comercio. Tras ganar experiencia, debutó con su primer libro “Los Jefes” (1959) un volumen de cuentos con el que obtendría su primer reconocimiento literario, el premio Leopoldo Alas. Así fue como el peruano extraordinario comenzaría con su gran colección de numerosos escritos. Entre sus obras más importantes se encuentran “La ciudad y los perros (1962)”, “La casa verde (1966), “Conversación en la catedral (1969)”, “La tía Julia y el escribidor (1977)”, “Le dedico mi silencio (2023)”. Fue constantemente elogiado y reconocido por su talento literario. Siendo nombrado en 1975 como miembro de la Academia Peruana de la Lengua, recibiendo la condecoración de la legión de honor por el gobierno francés en 1985, formó parte de la Real Academia Española en 1996, entre otros distinguidos méritos. Tuvo una accidentada vida política en el país, presentándose para presidente en las elecciones de 1990, siendo derrotado por Alberto Fujimori. A pesar de ello, siempre se aferró a su patriotismo y abrazó su fuerte convicción demócrata. Remarcaba, el Perú para mí es una especie de enfermedad incurable, mortal para muchos peruanos que han sido destruidos, pero, para mí no ha sido mortal. Como si se tratase de una oportuna retribución, el 7 de octubre 2010, fue galardonado con el premio Nobel a los 74 años. Otorgado “por su cartografía de las estructuras de poder y sus imágenes mordaces de la resistencia del individuo, su rebelión y su derrota”. Con lo cual, se jactaría con su célebre y conclusiva frase el Perú soy yo. Siempre consideró que debía mantenerse vivo a través de su poética pasión. Si la muerte fuese a tocar su puerta algún día, prefería que lo sorprendiera escribiendo y que se lo llevase como un accidente fortuito. Un fugaz arrebatamiento. En sus últimos años, se aferró a este pensamiento. Aún no deseaba morir en esta vida. Y así llegó una noche como cualquier otra. A través de un tweet en la plataforma “X”, su hijo Álvaro Vargas Llosa nos informa sobre el deceso del genio latinoamericano. Curiosamente a la misma hora donde se disputaba un partido entre Universitario de Deportes (club del cuál era hincha acérrimo) y Melgar de Arequipa (propio de su tierra natal). Como si se tratara de un homenaje anticipado.
Probablemente Mario fue uno de los peruanos más exitosos al encender nuestro castellano mediante su voz de protesta. Un hombre sencillo que no necesitaba de muchas horas de sueño y que seguía apostando por el lápiz y el papel. Nos deja en una coyuntura y sociedad donde se requiere más amor por las artes y pensamiento crítico ante las duras circunstancias nacionales. Indudablemente, trascendió a través de sus textos, acariciando la inmortalidad. Posicionándose en el librero de numerosos lectores y, además, como figura imprescindible del boom latinoamericano y de la literatura universal.
Descanse en paz, maestro Vargas Llosa.