Giovanna Pollarolo es una escritora peruana que ha incursionado en casi todos los géneros literarios como la poesía, el cuento, la novela, el ensayo y el guion cinematográfico. Es magíster en Literatura Peruana y Latinoamericana por la UNMSM y doctora en Philosophy Spanish por la Universidad de Ottawa, Canadá. Su poemario Entre mujeres solas (1991) es un referente del género en los años noventa y sigue vigente hasta hoy. Ha escrito los guiones de No se lo digas a nadie (1998) y Tinta roja (2000), así como coescrito los guiones de La boca del lobo (1988) y Pantaleón y las visitadoras (1999). Entre sus novelas destaca Dos veces por semana (2008). En 1999 publicó su primer libro de cuentos Atado de nervios, el cual se ha reeditado y extendido este 2025 con el título de No podemos explicar por qué lloramos. A propósito de esta reedición, conversamos con ella para conocer su visión del cuento y rastrear sus referentes en el género.
¿De qué manera definiría el cuento? ¿Qué es lo que lo caracteriza?
Es una larga discusión. Para unos la diferencia con la novela es solo una de extensión. Esa parece ser, en términos prácticos, la más útil. Le sirve a los libreros, a los editores, al momento de hacer un libro. Otros estudiosos también dicen que hay diferencias técnicas, de construcción. Una novela se puede extender mucho más, se le pueden fabricar ramas. No necesariamente tiene que seguir una sola línea, puede seguir muchas. El cuento por su propia extensión tiene menos. Yo acepto las diferentes maneras, o criterios para definir, pero el único que a mí no me gusta es el que se repite tanto y creo que lo dijo Cortázar: “El cuento gana por knock-out y la novela gana por puntos”. Creo que esa definición está con una idea de cuento más antiguo. Un cuento que es más cerrado, que tiene un principio, un desarrollo y un final. Es muy específico, no se le permite divagar. Yo pienso que el cuento siempre se puede estar inventando y reinventando.
¿Cuáles fueron sus primeros acercamientos al género cuentístico?
De niña, como todos, con los cuentos de hadas. Y luego ya uno pasa a otras lecturas. Pero mi tránsito ha sido desde esas historias que se escriben para niños. Aunque en mi época no había libros tan bonitos como ahora. Eran libros que venían como en enciclopedias, en volúmenes. También agregaría, los llamo cuentos, pero son muchos pasajes de la Biblia. Ahí hay grandes historias, tanto en el antiguo como en el nuevo. No leídas tanto desde una perspectiva teológica, mística, sino como historias. A mí me encantaba.
¿Y autores con los que se acerca al género más maduramente?
Ya ahí entran los autores más canónicos: Ribeyro, Cortázar; en otras lenguas, Maupassant, que es uno de los cuentistas más prolíficos y que se ha leído más. También los cuentos de Edgar Allan Poe.
¿Cuál sería el primer cuento que nos recomendaría?
Uno de Chéjov, que es el maestro del cuento. Quizás no lo nombré porque no lo leí de joven, sino más adulta. Un cuento que me encanta es “La dama del perrito”. Y no soy nada original, porque es el cuento favorito de muchos escritores. Tengo el recuerdo de la antología que prepara Richard Ford, La dama del perrito y otros cuentos, donde él hace su selección. La manera cómo lo lee Ford dice “Cuando lo leí cuando era joven me pareció un cuento que no tenía la fuerza, que se me olvidó”. Quizás yo agregaría que es un cuento que no gana por knock-out, porque es un cuento que no cambia nada. No voy a espoilear, creo, porque ya es un cuento clásico, pero no resuelve la situación de la muchacha rusa y el personaje masculino. La situación de adulterio en la que están no tiene solución. Queda ahí, solo es el consuelo de “ya veremos”. Eso no es ganar por knock-out. No tiene un cierre contundente. Eso es lo que me gusta del cuento. Y eso también lo dice Ford, que la primera vez que lo leyó terminaba de cualquier manera, que no solucionaba nada. Incluso que el tema le parecía poco interesante. Pero cuando lo lee más adelante, y lo dice en ese prólogo que es excelente, encuentra qué tan potente es. Cuántas líneas, cuántos motivos distintos de reflexión te ofrece ese cuento. Es sobre la soledad, sobre la frustración, sobre la imposibilidad de cambiar las cosas. Es sobre esta manera de relacionarse que no es la romántica de las historias. No es ese amor de Anna Karenina y Vronsky, que termina en suicidio, ni como la de Madame Bovary. Es más algo de cualquier persona. No tiene glamour.
¿Qué tipo de cuento es el que le interesa como lectora?
Los cuentos que no tienen una estructura tan marcada. Esos también, no es que no me gusten. Ahora estoy pensando en un cuento de Cortázar que me gusta mucho. Es este que se llama “Cartas a mamá”, que es de los hermanos que le empiezan a mentir a la mamá: escriben cartas como si el hijo muerto estuviera vivo y cómo se van complicando con tantas mentiras. Hay cuentos de Cortázar notables: “Axolotl”, “Carta a una señorita en París”, que casi te lo crees, pero que son bien redondos.
¿Qué señalaría usted en “Cartas a mamá” que le parece que funciona muy bien dentro de su estructura como cuento?
Me gusta cómo lo que parece que hacen para ayudar a la madre (dan por sentado que si le dan la mala noticia le da un infarto) es un dilema. Yo no sabría cuál es la mejor solución. ¿Cuánto vale la sinceridad? ¿Es siempre mejor decir la verdad? ¿La mentira es muy mala siempre? Te da lugar a una serie de preguntas y dudas. Me gustan los relatos que te hacen dudar, que te descolocan y te ponen en un lugar inseguro. No me gusta cuando te dan las soluciones. Creo que las personas tenemos que acostumbrarnos a saber que nada es blanco y negro y eso nos va a hacer más humanos. Nos hace movernos menos en un estereotipo. Los estereotipos son los que nos llevan a los fanatismos, a las ideas fijas, a la guerra. Porque para ir a una guerra tienes que estar seguro de tu posición.

¿Este tipo de cuentos es el que le interesa a usted escribir?
Bueno, una cosa es lo que a uno le gusta y otra cosa es lo que puede hacer y lo que hace. No sé quién decía “A mí me encanta Borges, pero nunca voy a poder escribir como Borges, ni siquiera imitándolo”. Aunque sabes que imitarlo no te llevaría a nada, pero simplemente no puedes. Yo pienso que uno puede aprender, puedes ir perfeccionándolo, pero tienes una voz, una manera de mirar, una manera de percibir y relacionarte con el mundo que de todas maneras va a marcar en tu escritura. Puedes mejorar en otras cosas, pero yo no podría escribir, por ejemplo, como Borges, aunque quisiera. Me siento más cerca de otros escritores.
¿Podría nombrarlos?
Un escritor que se acerca a mi sensibilidad, mis preocupaciones, es uno del que siempre hablo: Raymond Carver. Porque esa manera que relacionarse con el mundo y con la escritura no es heroica, no es grandiosa, es chiquita. En eso chiquito te puede estar plasmando un mundo. Hay un cuento suyo que me encanta que se llama “Cajas” y es simplemente una mamá, otra vez una mamá, que no puede quedarse en un sitio y todo el tiempo se está mudando. Y el hijo, que es un adulto, no puede detenerla y tampoco está para hacerse cargo; no creo que sea lo que quiere la mamá, o tal vez sí inconscientemente, no se sabe eso, pero a él le angustia ver a su mamá en esa inestabilidad de ir y venir. Entonces la madre lo llama y le dice “Ya estoy lista para partir, voy a ir manejando al otro extremo del país (a Los Ángeles, creo) y me han sobrado cosas, así que para no botarlas ven con tu mujer a comer”. Y cuando llega la casa está llena de cajas que va a meter al auto y ellos comen precariamente sobre cajas de cartón porque ya todo está embalado. Todo es tan corriente, tan cotidiano, ¿cómo hace Carver para, a partir de esa imagen, que es una casa en plena mudanza, crear, sin decirlo, esa incertidumbre, ese “no estar”, esa inestabilidad?
Usted, a la hora de escribir un cuento, ¿tiene como una estructura planeada? ¿Sabe cuál es el tipo de cuento que va a escribir?
Es muy intuitivo. Yo necesito una frase para empezar, una imagen o una palabra. A veces algo que me suena bonito. O no bonito, pero algo que pueda seguir. “La señora Alicia decía que una persona debía defecar apenas se levantaba”. ¿A qué me lleva esto? Puede que a nada: la descarto. Puede que me dé para seguir. Así hago, prueba y error. Tengo un montón de principios fracasados. Y otros no fracasan. Pero más son los fracasados.

¿Nunca empieza por un final o tal vez por una idea que acabe apareciendo en el medio?
Casi siempre, con eso que empiezo, me da lugar para agregar y acaba quedando a la mitad porque necesito desarrollar más lo que he dicho y voy moviendo. Yo soy de una generación que escribió en máquina de escribir. Y cuando escribías, si querías mover, tenías que sacar el papel de la máquina y empezar otra vez. O tenías que usar tijera y cinta scotch. Por eso para mí la computadora es una maravilla. Porque esa es mi manera de escribir: cortar y pegar. Escribo párrafos que no sé qué lugar van a tener en el cuento, pero cuando se empiezan a armar, muevo. Como una especie de patchwork, eso hago.
¿Qué le permite expresar el cuento que otros géneros tal vez no?
Yo me muevo entre un género y otro. Cuando escribo poesía tiendo a contar historias. Si me doy cuenta de que ya me estoy pasando de la raya creando personajes, creando un tipo de anécdota que va más allá de todo contenido que es un poema digo “esto no es un poema, es un cuento”. Me hace pensar tu pregunta en lo que me pasó cuando estaba escribiendo Entre mujeres solas hace mucho tiempo. Yo no sabía por qué me movía, fue muy intuitivo, a partir de una reunión con mis compañeras del colegio. Hacía como 10 años que habíamos salido de la escuela. Fue una reunión mucho de los recuerdos y el chiste, “¿te acuerdas cuando pasó tal cosa y tal otra y la madre tal?”, porque era un colegio de monjas. Fue la típica, quién no ha estado en una de esas reuniones. Y salí de esa reunión con un poco de desasosiego y me senté y me salió un poema, que es el primero del libro. Ya no me acuerdo cómo se llama. Por supuesto que los diálogos que registro ahí no ocurrieron tal cual. Sentía que era lo que estaba pasando por lo bajo de esa reunión, el subtexto, digamos. Y a partir de allí me di cuenta de que podía reconocer voces de distintas personalidades y empecé a hacerlo ya conscientemente. Como la que no se casó, la que está por casarse, la que es profesional, la que no es. Entonces iba construyendo personajes y me cuenta de que por poco me faltaba ponerles nombres y me dije “pero eso no es poesía”. Además, ya estaba escribiendo guiones en esa época, por lo que restringí. Decidí no ponerles nombres a los personajes y no registrarlos de una manera no tan especifica porque eso ya no era lo que yo me había propuesto, lo que era inicialmente poesía Y no es casual que después de ese libro escribí cuento, porque me quedé con la necesidad de explayar a esos personajes.
A pesar de que ya nos ha dado varias recomendaciones, si pudiera comentarnos un último cuento que sea muy especial para usted.
He leído últimamente muchos cuentos de Natalia Ginzburg, que me parece una gran escritora. La he empezado a leer hace unos 3 o 4 años. Tiene novelas cortas, que diría yo que son cuentos largos y una novela que me gusta muchísimo que se llama Léxico familiar, que es la historia de su familia, pero se sale de lo convencionalmente biográfico. Es a partir de las frases. En todas las familias hay frases o expresiones que solamente las entiende la familia. “Como decía mi papá…”, y creo que todos tenemos eso en nuestra experiencia. Ella, a partir de las cosas que decía su papá o su mamá, va hilvanando sus relatos. Eso me gusta mucho, lo recomiendo realmente para los que están interesados en el lenguaje porque son las expresiones verbales las que motivan el recuerdo.