La memoria, siempre frágil y esquiva, ha ocupado un lugar central dentro de la literatura. Más allá de la evocación personal, su dimensión más sugerente aparece cuando se convierte en herramienta para explorar vacíos o silencios históricos. La ficción literaria ofrece así un espacio privilegiado para recuperar aquello que ha quedado fuera de los relatos oficiales, devolviendo voz a experiencias que suelen permanecer ocultas. Un ejemplo de esta potencia narrativa se encuentra en el cuento “Langerhaus” (1972) de José Emilio Pacheco, donde lo fantástico se entrelaza con un pasado histórico. En esta combinación, la obra no solo indaga en la tensión entre memoria y olvido, sino que también revela el poder de la literatura como un dispositivo capaz de restaurar, desde lo imaginario, aquello que la historia ha callado.
José Emilio Pacheco
José Emilio Pacheco nació en 1939, en plena transformación del México moderno. Estudió Derecho en la UNAM, pero a los 19 años abandonó la carrera. En esa universidad comenzó a escribir para la revista Medio Siglo, donde dio sus primeros pasos literarios. Después trabajó dirigiendo Ramas Nuevas, el suplemento de la revista Estaciones. Ahí conoció a Carlos Monsiváis, con quien forjó una sólida amistad. A los 20 años se dio a conocer como prosista con el cuento «La sangre de medusas».
Su obra abarcó múltiples géneros: prosa, poesía y periodismo cultural. Este trabajo diverso le mereció importantes reconocimientos: el Premio Nacional de Periodismo (1990), el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2009) y el Premio Miguel de Cervantes (2009). Aunque continuó ocupando diversos cargos en el mundo editorial, su versatilidad como escritor lo consolidó como una figura central de las letras mexicanas.
Pacheco quedó marcado por ser parte de la generación de escritores que vivieron la consolidación del México priísta y sus fisuras más profundas, incluyendo la masacre de Tlatelolco: la represión violenta del movimiento estudiantil de 1968, cuando el ejército disparó contra manifestantes en la Plaza de las Tres Culturas, dejando cientos de muertos y heridos en una tragedia que el gobierno intentó ocultar durante décadas.

Langerhaus: ecos de la memoria
«Langerhaus» narra la historia de Gerardo, quien al leer una noticia sobre un accidente en el periódico, recuerda súbitamente a un compañero de la universidad llamado Langerhaus. Intrigado, decide buscar a otros amigos de aquella época para conversar sobre él, pero se encuentra con algo perturbador. Ninguno lo recuerda, como si jamás hubiera existido. A medida que Gerardo indaga más, el misterio se profundiza. Existen pruebas concretas que confirman que Langerhaus nunca fue real; sin embargo, el protagonista no acepta esa realidad. El cuento mantiene esta tensión hasta un final abierto que no resuelve la incógnita central: ¿existió realmente Langerhaus o fue producto de la imaginación de Gerardo?
A primera vista, el cuento se inscribe en los territorios de lo fantástico y lo siniestro, marcada por la aparición de un fantasma que bien podría interpretarse como una proyección o desdoblamiento del propio protagonista. No obstante, el relato ofrece indicios que invitan a una lectura crítica y simbólica. La fractura entre la memoria persistente de Gerardo y el deliberado olvido de sus compañeros no constituye un mero accidente narrativo, sino un recurso significativo que tensiona la relación entre subjetividad, trauma y colectividad.
Guiados por la narración de Gerardo, descubrimos que sus antiguos compañeros de universidad han alcanzado posiciones de poder en el gobierno. Este detalle resulta fundamental, pues introduce la posibilidad de que se trate más de un silencio estructural que de un simple olvido. En ese contexto, el desinterés declarado de Gerardo por cargos políticos adquiere un matiz revelador. Mientras sus colegas se integran al sistema y, con ello, a la lógica del olvido oficial, él permanece al margen, fuera de esa maquinaria de poder. El caso de Morales, convertido de estudiante en subsecretario, ilustra esa transición hacia el funcionariado y, al mismo tiempo, hacia la desmemoria colectiva.
El fantasma como reflejo
Gerardo recuerda vívidamente cómo conoció a Langerhaus y el prodigio musical que fue. Relata a sus amigos que asistió al entierro e incluso saludó a los padres del muchacho. Insiste en recordar los momentos compartidos con sus compañeros, pero todo resulta inútil. La primera confrontación directa con esta realidad aparece cuando uno de sus amigos le dice:
«—¿Un clavecinista? En nuestro grupo lo único parecido a un músico eras tú porque medio tocabas la guitarra. ¿No es cierto?» (Pacheco, 1972).
La situación se agrava cuando sus amigos revelan que Gerardo siempre ha tenido tendencia a inventar historias, lo que resta credibilidad a su relato.
“—No cambias —me dijo condescendiente el subsecretario—. Sigues inventándote cosas. Cuándo tomarás algo en serio” (Pacheco, 1972).
La escena más inquietante que sugiere una posible inestabilidad mental y, al mismo tiempo, resquebraja la confianza del lector en el protagonista ocurre durante la conversación con Cisneros, cuando asegura con firmeza que recuerda bien al grupo y que no puede equivocarse respecto a la inexistencia de Langerhaus. La confirmación definitiva llega casi al final del relato, cuando la revisión del anuario revela que Langerhaus, en efecto, no aparece y que, en su lugar, figura el propio Gerardo.
“—Imposible. Me acuerdo perfectamente de este anuario. Fíjate en el retrato del grupo. Te lo digo sin necesidad de volver a mirarlo: Langerhaus está en segunda fila entre Aranda y Ortega.
—Gerardo: entre Aranda y Ortega estás tú, con un corte a la brush por añadidura. Ni uno solo lleva el pelo largo. En esa época nadie se imaginaba que volvería a usarse.” (Pacheco, 1972).
Con esta revelación, la teoría del desdoblamiento adquiere mayor solidez y el cuento desarrolla una interpretación psicológica. Langerhaus sería, en este caso, un alter ego que representa la incapacidad de Gerardo para adaptarse al nuevo orden político, a las masacres ocurridas y el trauma que estas dejaron.
La memoria como resistencia
Los elementos históricos que aparecen en el cuento obligan a leerlo también en clave de memoria histórica. La mención del presidente Díaz Ordaz, del Partido Revolucionario Institucional (PRI), de los muertos del 2 de octubre en Tlatelolco y la ubicación temporal del relato entre 1968 y 1972 sitúan la narración en un contexto político específico. Un pasaje especialmente revelador surge cuando Gerardo reflexiona sobre las palabras de Cisneros:
«‘Algunos de nosotros han muerto’. La construcción gramatical me sorprendió. En seguida pensé: No, ¿cómo podría haber dicho Cisneros: ‘Algunos de nosotros hemos muerto’? Ese nosotros es un descuido o una abreviatura afectuosa. Significa: ‘Supe que algunos de nuestros compañeros han muerto’» (Pacheco, 1972).
Lo que «Langerhaus» revela es la fragilidad de la memoria individual frente a la amnesia institucional. En el México post-68, el olvido no fue accidental sino programático. Gerardo aparece entonces como el último guardián de una memoria incómoda, el único que se resiste al pacto del silencio. Su soledad es la soledad de quien no logra o no quiere procesar el trauma. Langerhaus, real o imaginario, se convierte en el símbolo de esa resistencia, en el recordatorio persistente de que hay experiencias que no pueden ser simplemente olvidadas.
En este sentido, el cuento de Pacheco trasciende su contexto específico para convertirse en una reflexión universal sobre los mecanismos sociales del olvido. «Langerhaus» nos recuerda que la literatura puede funcionar como archivo de aquello que las sociedades prefieren olvidar. Así, en la persistencia fantasmática del personaje titular, Pacheco construye un monumento a la memoria incómoda, un testimonio de que hay fantasmas que se niegan a descansar en paz.
Bibliografía
Pacheco, J. E. (1972). Langerhaus. Recuperado de https://www.literatura.us/josee/haus.html