La dulce memoria del turrón de Doña Pepa

Octubre en Lima tiene un aroma particular: mezcla de incienso, flores moradas y miel que se impregna en cada esquina. Entre procesiones y cánticos, el turrón de Doña Pepa aparece como el postre que condensa no solo la devoción al Señor de los Milagros, sino también la historia de migraciones, creatividad popular y resistencia cultural.

Su origen se remonta a Josefa Marmanillo, una esclavizada afroperuana que, según la tradición, recuperó la movilidad de sus brazos gracias a un milagro. En agradecimiento, elaboró un turrón distinto a los de la época, generoso en miel y coloridos confites, que pronto se convirtió en ofrenda y símbolo de fe. Ese gesto, nacido desde la marginalidad, se volvió patrimonio de la ciudad.

Josefa y el turrón: un legado afroperuano que endulza la fe y la historia (Foto: Mercado Negro)

Con el tiempo, el turrón dejó de estar únicamente ligado a la procesión para instalarse en los hogares, las ferias y las pastelerías. En la avenida Tacna todavía se encuentran versiones artesanales, mientras que hoy los reposteros lo reinventan con diferentes sabores, adaptando el sabor tradicional a las tendencias contemporáneas. Actualmente, en octubre, Miraflores le da un festivales donde se pueden degustar turrones de maíz morado, Kiwicha, cacao, aguaymanto y también los clásicos. El turrón, así, transita entre lo popular y lo gourmet, sin perder su esencia de memoria colectiva.

Turrón de maíz morado y de frutos secos (Foto: Municipalidad de Miraflores)

Pero más allá del azúcar y la harina, este postre guarda un relato: es símbolo de mestizaje, de religiosidad y de resistencia cultural. Recordarlo cada octubre no es solo endulzar el paladar, sino también reconocer cómo la fe, la tradición y la creatividad se encuentran en una misma bandeja.

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