La representación del deseo lésbico en Carol (1952) de Patricia Highsmith

Publicada en 1952 bajo el seudónimo de Claire Morgan, la novela Carol, de la escritora estadounidense Patricia Highsmith, resultó transgresora para su época al retratar una historia de amor entre dos mujeres. Originalmente titulada El precio de la sal y reeditada en 1990 con su nombre definitivo, Carol se distingue como una obra precursora dentro de la literatura lésbica, no solo por abordar una sexualidad fuera de la norma heteronormativa, sino también por la perspectiva desde la cual se narra.

En el marco del mes del orgullo, este artículo busca conmemorar y reconocer el valor histórico y simbólico de Carol, una novela que, a más de setenta años de su publicación, sigue resonando por su potencia afectiva y política. Por ello, propongo centrar el análisis en la representación del deseo lésbico, con el objetivo de mostrar cómo la novela subvierte la lógica narrativa impuesta por la mirada masculina dominante. A través de la focalización en Therese, se configura un deseo que escapa a los moldes heteronormativos y patriarcales.

Carol está narrada desde la perspectiva de Therese, una joven escenógrafa que conoce a Carol, una mujer mayor, sofisticada y casada. Desde el inicio, ambas están involucradas en relaciones heterosexuales: Carol tiene un esposo y Therese un novio. Este punto de partida mantiene, al menos en apariencia, el orden social tradicional basado en la heterosexualidad como norma. No obstante, esa supuesta estabilidad que se asocia con el cumplimiento de los mandatos sociales no se corresponde con la vivencia interior de las protagonistas. Desde su primer encuentro, la atracción que siente Therese por Carol es inmediata.

Sus ojos se encontraron en el mismo instante, cuando Therese levantó la vista de la caja que estaba abriendo y la mujer volvió la cabeza, mirando directamente hacia Therese. […] Atrapada por aquellos ojos, Therese no podía apartar la mirada (Highsmith, 2016, p. 26).

Lo que comienza como una atracción difusa, sugerida en los gestos y las miradas, se transforma rápidamente en un deseo profundo e irrefrenable. Para Therese, se trata de una experiencia inédita que, aunque no logra comprender del todo, no intenta reprimir. Por el contrario, se entrega a ese deseo sin culpa ni vacilación, lo cual constituye un gesto profundamente transgresor. Esta disposición a dejarse llevar se sostiene a lo largo de la historia y permite que lo que inicialmente aparece como una simple intriga o curiosidad se intensifique de forma progresiva. Así, en la escena de su primer encuentro, mientras ambas conversan, emerge un monólogo interior que expone con claridad el deseo velado que Therese empieza a reconocer en sí misma.

Otra vez le llegó a Therese el levemente dulce olor de su perfume […]. Le hubiera gustado apartar la mesa y echarse en sus brazos, enterrar la nariz en el pañuelo verde y oro que rodeaba su cuello […]. Therese no comprendía lo que le estaba ocurriendo, pero era así (Highsmith, 2016, p. 35).

Otra escena significativa en la construcción de este deseo ocurre cuando conversan sobre sus nombres. El acto de nombrar, más que una simple interacción, adquiere matices de coqueteo. Therese confiesa que le gusta cómo Carol pronuncia su nombre, y lo expresa del siguiente modo:

Un anhelo indefinido, que antes sólo había sentido de manera vagamente consciente, se convertía en ese momento en un deseo reconocido. Un deseo tan absurdo y embarazoso que Therese lo apartó de su mente (Highsmith, 2016, p. 36).

Lo que vuelve fascinante al personaje de Therese es su disposición a experimentar un deseo que escapa a las normas establecidas. Aunque lo describe como “absurdo”, lo hace desde una conciencia que reconoce que su deseo no encaja en los marcos permitidos. Este conflicto puede leerse a través del concepto de heterosexualidad obligatoria, formulado por Adrienne Rich, quien plantea que este régimen funciona como un sistema político e ideológico que impone la heterosexualidad a las mujeres, más que presentarla como una elección libre o natural. En este contexto, el deseo de Therese, al ser transgresor y prohibido, encuentra modos alternativos de manifestarse, como en los siguientes pasajes:

Entraron en el túnel Lincoln. Una salvaje e inexplicable excitación invadió a Therese mientras miraba por la ventanilla. Deseó que el túnel se derrumbara y las matara, que sus cuerpos se arrastraran juntos (Highsmith, 2016, p. 42).

Therese la miró, incapaz de soportar su mirada pero resistiendo. No le hubiera importado morir estrangulada a manos de Carol, postrada y vulnerable, una intrusa en la cama de Carol (Highsmith, 2016, p. 47).

En ambas escenas, cargada de intimidad y violencia simbólica, se encapsula la intensidad del deseo de Therese. La excitación se manifiesta como algo salvaje, casi destructivo, desafiando la idea de una sexualidad femenina pasiva o contenida. Desde el inicio de la novela, la narración construye a Therese como una figura con rasgos de inocencia o inmadurez, una representación que se acentúa por la notable diferencia de edad entre ella y Carol. Sin embargo, sus pensamientos y emociones desmienten esa imagen, revelando una madurez afectiva y una lucidez interior que contrastan con la percepción externa de su carácter. Esta pulsión intensa, que bordea lo autodestructivo, parece ser una de las pocas vías disponibles para expresar y liberar un deseo largamente reprimido.

Todo este proceso de autodescubrimiento ocurre mientras Therese mantiene una relación con Richard, quien insiste en estar con ella a pesar de la evidente frialdad que ella muestra. La novela enfatiza el rechazo de Therese hacia él, quien no representa un objeto de deseo, sino más bien una fuente de culpa. Therese siente culpa no por falta de amor, sino por no cumplir con las expectativas sociales asignadas a una “buena novia”. Esta incomodidad se acentúa ante la posibilidad de tener relaciones sexuales con él:

Siempre surgía aquel muro tremendo porque ella no quería siquiera intentarlo […]. Recordó la primera noche que le había dejado quedarse y se estremeció. Había sentido de todo menos placer, y en medio de la situación había preguntado: «¿Así es como tiene que ser?» ¿Cómo podía ser así, tan desagradable?, había pensado (Highsmith, 2016, p. 41).

En la relación heterosexual que mantiene con Richard no hay espacio para el deseo. El ámbito que, en teoría, debería propiciar la intimidad se convierte para Therese en un lugar de dudas, malestar e insatisfacción. Su vínculo con él no hace más que evidenciar la imposición cultural que obliga a las mujeres a vincularse afectiva y sexualmente con varones, negando otras posibilidades de amor y deseo.

Sin embargo, a pesar de estar atravesadas por los mandatos sociales y por una heterosexualidad impuesta, Therese y Carol logran encontrar un espacio donde su amor puede desplegarse. El viaje que emprenden —tanto en sentido literal como simbólico— las acerca profundamente. Por primera vez comparten el día y la noche, como Therese había anhelado, y pronto comienza a desear con intensidad esa atención. No tarda en darse cuenta de que no se trata solo de compañía: quiere a Carol, la desea y la ama.

Cuando ambas consuman su relación, la narración se aleja de cualquier tono abiertamente erótico. Por el contrario, está mediada por caricias y metáforas que representan una fusión emocional más que física. En este punto resulta pertinente recuperar lo que Adrienne Rich (1996) conceptualizó dentro de lo que denominó existencia lesbiana, específicamente su noción de “lo erótico en términos femeninos”. Para Rich, lo erótico no se reduce a la unión de cuerpos, sino que se manifiesta como un intercambio de energía constante entre ellos, una experiencia de alegría que abarca lo físico, lo emocional y lo psíquico. En la siguiente cita, se evidencia cómo Therese, a diferencia de lo que sentía con Richard, no experimenta culpa ni rechazo, sino plenitud:

Vio el claro pelo de Carol, su cabeza pegada a la suya. Y no tuvo que preguntarse si aquello había ido bien, nadie tenía que decírselo, porque no podía haber sido mejor o más perfecto. Estrechó a Carol aún más contra ella y sintió sus labios contra los suyos, que sonreían […] (Highsmith, 2016, p. 155).

En este sentido, el deseo que atraviesa Carol no se rige por los parámetros heteronormativos. No es reprimido del todo, sino que permanece latente, en silencio, hasta encontrar un espacio posible para emerger. Aunque es abrumador, no se presenta como algo desbordado ni escandaloso. La novela representa un deseo plenamente lésbico, no centrado en el cuerpo sino en la conexión afectiva y psíquica entre dos mujeres. Además, es necesario recuperar su tono transgresor, pues pone en crisis los vínculos previos, las certezas emocionales e incluso el instinto de autopreservación. Justamente por esa potencia transformadora es que resulta tan amenazante para el orden simbólico tradicional.

Bibliografía

Highsmith, P. (2016). Carol (I. Núñez & J. Aguirre, Trads.; 6ª ed.). Anagrama. (Obra original publicada en 1952)

Rich, A. (1996). Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana. DUODA: Estudis de la diferència sexual, (10), 15–48. https://raco.cat/index.php/DUODA/article/view/62008

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