Nazareth Vega nació en Arequipa. Es cineasta, productora, guionista y creadora de contenido que habla de cine con la misma frescura con la que comparte en redes una reseña de un libro. Suele recomendar libros y películas con la naturalidad de quien comparte hallazgos con una amiga cercana. Es imposible no sentir esa euforia al escucharla.
Esa faceta de creadora de contenido se cruza con su trabajo como cineasta. Su voz se mueve entre la intimidad y lo colectivo, entre el impulso juvenil y la conciencia crítica de quien entiende que hacer cine en el Perú y, sobre todo, lejos de la centralidad limeña, es ya un acto de revolución. Desde Arequipa, su voz empieza a delinear un camino propio en el cine independiente peruano.
De la publicidad al cine: un desvío que la acercó a su destino
Su acercamiento al séptimo arte no fue planificado. En la ciudad blanca comenzó a reconectar con la literatura, el cine y el teatro, ámbito en el que se animó a participar. A los 15 años participo en un casting que despertó en ella el deseo de dirigir y contar historias propias. Desde entonces, ya no hubo vuelta atrás: el cine se le quedó tatuado.
Al no poder viajar al extranjero para estudiar cine, pensó en una alternativa que la acercara a la producción audiovisual y fue así como optó por publicidad. Un camino lateral que la acercaba a las cámaras.
“yo estudié publicidad, pero siempre me ha gustado el cine desde que soy muy pequeñita, antes yo vivía en Lima, en una zona un tanto peligrosa, entonces me refugiaba en las películas. Las veía con mi mamá cuando quizá era un poco imposible para nosotras migrantes, y que no teníamos familia allá, poder salir todos los fines de semana”.
En ese proceso se abrió la posibilidad de hacer cine y, en un concurso que consistía en realizar un cortometraje en pocas horas, conoció a un grupo de estudiantes de publicidad. Fue así como esa carrera se convirtió en su manera de bordear el cine y permanecer cerca de él.
Revolución, su primer largometraje que nació del trueque
A los 19 años, ya en el tercer año de la carrera, inició con Revolución. La película cuenta la historia de un adolescente que sueña con ser músico, pero tras fracasar en un casting y discutir con su padre decide huir de casa. Esta película que la acompañó hasta su egreso. Incluso se convirtió en el eje de su tesis. Sin embargo, el proyecto también despertó ciertas dudas y críticas, pues se asumía que al incluir el logo del Ministerio de Cultura habían contado con financiamiento estatal. En realidad, la película no recibió ningún fondo ni apoyo económico externo. Fue producida de manera autogestionada por 16 arequipeños.

Frase con la que inicia la película «Revolución». Prueba suficiente para afirmar que es autogestionada.
«La gran mayoría de las personas que integraron la película estudiaron publicidad porque sus papás no los dejaron estudiar artes plásticas, ser actores, pintores, cineastas o no podían permitirles estudiar esa carrera. Hubo como una sinergia de todos estos elementos: chicos que tenían tiempo, que tenían las habilidades, que querían hacer algo nuevo, teníamos un poco las propinas de los pasajes, las juntábamos y hacíamos cosas con eso y las movilizábamos y sino, bueno, Arequipa es muy transitable para caminar. Entonces caminábamos 80 cuadras, no importa, para llegar. Canjeábamos cosas. Casi todos estudiábamos publicidad, así que si necesitábamos grabar en un restaurante y de repente las hamburguesas costaban, no sé, 35 soles era imposible para nosotros pagarlas para los protagonistas, pues le decíamos al restaurante: ya mira, te hacemos unas fotos de las hamburguesas o te grabamos un video. Cuando eso todavía estaba muy incipiente en nuestra ciudad. Canjeábamos esos servicios un poco por lo que sabíamos hacer. Tú me das tu comida y locación; y nosotros grabamos. Así arrancamos la peli».

El elenco y la directora de «Revolución»: Andrea Marla, Luis Arroyo, Nazareth Vega e Imanol Rivera
Una de las chicas que formaba parte del equipo de Revolución tenía varios perros, pues en su familia era habitual entrenarlos, y decidieron incorporarlos a la película, aprovechando esa experiencia. Al mismo tiempo debieron resolver otros detalles, como el vestuario. Investigaron qué elementos de la indumentaria policial no podían aparecer en pantalla sin autorización, procurando no infringir reglas que pudieran perjudicar la producción. Aun así, Nazareth comenta que muchas decisiones se tomaron desde la ignorancia propia de un primer proyecto cinematográfico.
La cinta se presentó en ciudades como Arequipa, Trujillo, Piura, Cusco y Lima, acompañada siempre de conversatorios con el público. Le gusta especialmente llevar cine a espacios donde nunca lo hubo. Con la película llegaron a comunidades que no contaban con un auditorio ni una pantalla, y tuvieron que ingeniárselas para acondicionar un lugar y poder exhibir la película. Allí, adolescentes y jóvenes se le acercaron a decirle que era la primera vez que veían una película en pantalla grande, pues solo la habían experimentado en un televisor pequeño o en el celular, y nunca habían ido a una sala de cine. Me comenta sorprendida que desde sus propios privilegios, le resultaba difícil imaginarlo, pero esa experiencia le rompió la burbuja y le reveló las profundas diferencias que existen en el país. Al mismo tiempo que le mostró lo valioso que puede ser el rol del arte: no solo compartirlo con expertos o con otros artistas, sino sobre todo con quienes jamás han tenido acceso a él. Para ella, esa vivencia fue inolvidable y es algo que le gustaría repetir en todos sus proyectos.

Afiche de la película «Revolución»
Hoy, Revolución, disponible en Reina Latina, sigue siendo su carta de presentación al ser su primera película. Ella sabe que el cine independiente es una apuesta arriesgada. Se invierte tiempo, dinero y cuerpo en algo que no siempre da ingresos económicos. Y, sin embargo, insiste. Porque para ella el cine no es solo una carrera: es la forma de habitar el mundo, de transformarlo desde la fragilidad y la belleza.
Historias difíciles, premios merecidos
Desde entonces no se ha detenido. Antes de cumplir 20, ya había escrito y dirigido cortometrajes como El Círculo (2019). Ganador del premio Ficción Regiones en el Festival Render y fue nominado en el Festival Cine Hecho por Mujeres; Date Night (2021), que obtuvo el Premio del Jurado Cortos Cinemark; y En la ventana (2021), ganador de la Coproducción Casa Independiente.
«Afortunadamente cuando me comencé a enterar del mundo de los festivales de cine, empecé a mandar todo lo que teníamos. En muchos no nos seleccionaban, pero hubo algunos en los que pudimos obtener algunos laureles. Por ejemplo, el círculo que es un corto que habla sobre los casos de violencia sexual hacia la mujer dentro del entorno familiar. Fue básicamente porque nos dieron ese tema en la universidad. Aunque es importante, yo no quería abordarlo desde la misma perspectiva de siempre. Yo sentía que ya lo había visto y que por lo tanto no iba a aportar tanto desde mi punto de vista, desde lo que yo pudiera crear, y me topé con una cifra que era justamente alarmante para mí, del número de víctimas de violencia sexual que lo sufren a causa de un familiar que muchas veces vive o cerca o en la misma casa. Entonces cuando yo leí esto, a mí se me cayó el mundo del cine, dije qué situación tan perversa, tan horrible, y la historia vino a mí. Fluyó por completo. Fue un corto muy sencillo de escribir, muy difícil de grabar, eso sí. Debíamos tener mucha delicadeza del tema que estábamos tratando. Afortunadamente creo que logra englobar un poco el sentimiento detrás, lo que había detrás de ese corto, lo que habíamos propuesto, el mensaje que queríamos dar y ese corto ganó a Mejor Corto de Ficción en Regiones del Festival Render, que es un festival universitario. Ese fue un empuje, porque nosotros necesitábamos esa validación, y a partir de ese postulamos al Festival de Cine Hecho por Mujeres, que también nos seleccionaron ahí».
Una mirada que observa Arequipa sin encerrarla en si misma
Tras haber vivido mucho tiempo en Lima, su regreso a Arequipa no fue sencillo: en sus primeros años sintió la dificultad de adaptarse a un lugar donde el orgullo local se expresa en saber de memoria el himno, conocer la historia de la fundación, repetir las anécdotas de la bandera o recorrer cada sitio turístico. Ella no había tenido esa infancia arequipeña, y por eso se sintió un poco ajena, aunque no rechazada. Me cuenta entusiasmada que su forma de integrarse fue a través del arte, en especial de la acuarela arequipeña, que la cautivó durante la secundaria, junto a ciertas costumbres que poco a poco fue haciendo propias. Por eso le gusta relacionar sus proyectos audiovisuales con su ciudad a través de sus símbolos, del himno y de las tradiciones que marcan la identidad arequipeña, aunque reconoce que, más que nada, su vínculo nace de la observación, la belleza y cierta nostalgia.
«La gente también veía que al ser una ciudad ligeramente más calmada que Lima, pues definitivamente había una pausa diferente en cómo se vive. Yo notaba eso. Quizás en Lima con mi mamá teníamos que ir de un lado a otro, y el itinerario solo nos alcanzaba el día para hacer dos cosas por las distancias. Mientras que en Arequipa podías tomarte la calma, de observar, de caminar, de conversar, y eso me gustó mucho. Me relacioné mucho con eso, pero también sentía que era necesario revalorizar los lugares más urbanos, porque obviamente hay mucha tradición en Arequipa y aunque me encanta, siento que en el cine hay que ser muy sutil. Para que no se pierda tampoco el lado justo universal. No me gusta hacer cortos que tú miras eso y solamente si eres arequipeño o arequipeña te sientes identificado. No tendría sentido para mí, pero sí me gustaría, por ejemplo, que un limeño, o un alemán, o un checoslovaco, pueda mirar el corto y decir: ah, qué linda la ciudad de fondo, ya, pero el corto habla de esto o mira qué bonitos paisajes. ¿Dónde serán? Pero no es el centro de mi historia”.
Además, hay algo muy notable en sus productos audiovisuales: el cielo arequipeño. Parece como si hubiera firmando un contrato inquebrantable con el cielo, ya que le suele entregar sus mejores atardeceres. Eso se repite en diferentes escenas de varios de sus cortos.

Escena de «Revolución»
Cuando la crisis sanitaria apagó espacios
Cuando llegó la pandemia, realizaron un cortometraje con mascarillas, equipo mínimo, respetando distancias y hasta comiendo en el patio por miedo al contagio. Fue para una iniciativa de Cinemark que convocaba cortos de romance con votación a nivel nacional. El equipo participó con la motivación de volver a hacer cine y reunirse, aunque sin muchas expectativas de ganar. La sorpresa fue enorme cuando, en la transmisión en vivo con invitados reconocidos, anunciaron su corto como el ganador. Una alegría inmensa en un contexto donde hacer cine en Arequipa se había vuelto especialmente difícil.
Ella recuerda que, antes de la pandemia, existían varias iniciativas locales (universidades, centros culturales y empresas privadas) que, aunque no aportaban económicamente, ofrecían espacios para conversatorios, ruedas de prensa, estrenos colectivos y muestras que daban visibilidad al arte. Todo eso se perdió con la crisis sanitaria. Recién ahora, con algunos estrenos locales y el surgimiento de más carreras audiovisuales en la ciudad, algo inexistente cinco años atrás, siente que el camino vuelve a andar. Aunque reconoce que antes la situación era mucho más favorable.
Provocar preguntas más que respuestas
La mirada femenina atraviesa su cine, aunque ella prefiera que las películas hablen solas.
Como mujer creo que es todavía más difícil de explicar porque siento que no se puede generalizar la experiencia femenina. No todas hemos tenido la misma historia definitivamente, pero sí hay puntos en común, que de repente son dolores que tenemos todas, que podemos compartir sin importar clase social, o el lugar donde ya hemos nacido. También hay algunos pequeños progresos, algunas victorias que hemos podido celebrar juntas.
Ella reconoce que su ciudad sigue siendo muy conservadora, sobre todo desde una mirada feminista, y eso la obliga a mantenerse firme en los temas en los que cree, pero también a invitar al diálogo. Ella me comenta que ha notado que en redes sociales predomina un ambiente polarizado, defensivo, siempre dispuesto a la confrontación rápida, algo que antes le resultaba incluso entretenido, pero que ya no le interesa. Ahora le atrae más el desafío de generar conversaciones reales. Como cuando presenta un cortometraje en una institución y se encuentra con públicos que no comparten sus ideas. Para ella, lo valioso es abrir un espacio de debate, lanzar preguntas, provocar reflexión, incluso si no todos coinciden en las respuestas; llegar a un punto en común, aunque sea pequeño, es lo que considera más atractivo.
En Arequipa el cine no es industria, es abrazo colectivo
Lo que más valora de la comunidad audiovisual en Arequipa es su dimensión humana, algo que no ha encontrado en Lima y que, como persona sensible, siente que necesita para sostenerse en el arte. Reconoce que los likes o comentarios en redes sirven, pero nada se compara con el gesto de un colega que le tiende la mano, que la anima o le sugiere cómo mejorar. Esa cercanía, ese acompañamiento, lo considera fundamental. Sin embargo, también percibe una gran distancia en cuanto a los presupuestos. En Arequipa sigue siendo muy difícil conseguir financiamiento, auspicios o apoyos de empresas para proyectos culturales, mientras que en Lima existe mayor apertura de marcas e instituciones a involucrarse. Por eso admite que, en ese aspecto, la capital le ofrecería más oportunidades, aunque la calidez de la comunidad arequipeña es insustituible.
«Lima te ofrece infinidad de oportunidades, pero hay algo que ojalá y se lo deseo a todas las regiones y en general al mundo, que es la unidad que tenemos, o que he visto al menos en la gran mayoría de personas que hacen audiovisual en Arequipa. Es un círculo que no es círculo, es un círculo que siempre está abierto a recibir a nuevas personas, a que aprendan nuevas cosas. Desde que yo estaba en el colegio y me comencé a interesar por el cine, hubo alguien diciéndome ya ven, ayúdame, no te puedo pagar, pero puedes aprender esto, ¿quieres? Ya sí, voy. Y luego cuando lo necesité de vuelta, la gran mayoría de personas me dijeron ya sí, te ayudamos, claro. Y estamos siempre prestos a nutrirnos entre todos, no hay como este secretismo, o al menos yo no lo percibo, de no digamos esta oportunidad o este concurso. Siempre estamos como mandándonos ideas, tratando de estar en contacto, apoyándonos en nuestras películas, en nuestros cortos, en lo que hagamos».
Construir comunidad desde el cine, los libros y lo digital
Su exploración no se limita a las cámaras. Al mismo tiempo, su rol como creadora de contenido cultural le ha permitido tejer comunidad más allá del cine.
«Yo comencé en redes sociales con una meta, que era precisamente: voy a meterme a crear contenido porque quiero que en algún momento las oportunidades que surjan de redes sociales reboten en mi cine. Quiero que la próxima vez haya más personas viendo mis películas. ¿Y por qué la próxima vez? Porque yo hice una gira con Revolución por muchas ciudades del Perú y en una de esas, que fui a Lima, hubo una función, y esa fue la única función de todas las que tuvimos, que estuvo completamente vacía, no llegó nadie. Y yo recuerdo que ese día a mí me impactó mucho. Pues sí, desde el ego, pero sobre todo también desde esta mente como de querer resolver algo y no saber cómo».
Sus recomendaciones de libros y películas no son accesorias: son parte de la construcción de un universo donde distintas artes dialogan. Un acto de generosidad cultural que nació como reto personal: vencer el miedo a mostrarse.
“Ahorita me estaba picando el bichito de crear contenido. Yo sentía esa resistencia a no hacerlo porque tenía mucho miedo a fallar. No quería ponerme frente a cámaras cuando siempre había estado detrás dirigiendo. Tenía mucho miedo a ser juzgada, también por mi apariencia física o si me equivocaba. Tenía mucho miedo al error y me di cuenta de eso. Y dije, creo que es un buen desafío justo por el miedo que tengo a hacerlo.”
Esa faceta terminó abriéndole nuevas puertas y acercándola a públicos que quizás nunca había imaginado.
«Y en el camino, como compartí hace poco en redes, he perdido el enfoque varias veces. He tenido temporadas en donde he estado creando más contenido que arte. Entonces hay esta dualidad extraña entre lograr un equilibrio. Ahorita, justo en este preciso momento, como que este mes, estos dos últimos meses, siento que ya lo he logrado».
Ella crea contenido de lunes a sábado y casi siempre los domingos estrena algo nuevo, ya sea vinculado al cine, la literatura, algún proyecto artístico propio o un taller. Siente que ese ritmo alimenta mucho su camino creativo y, al mismo tiempo, le abre oportunidades: compartir su opinión en el mundo digital le ha permitido conocer personas que de otro modo hubiera sido difícil encontrar, así como acceder a espacios o marcas que antes no la hubieran considerado. Aunque reconoce cierta injusticia en esa lógica, procura sacarle provecho para seguir cultivando su arte, con la esperanza de que, en el camino, también pueda motivar a quienes no sienten afinidad por las redes a impulsar sus propios proyectos. Esa es, en esencia, su visión sobre el uso de lo digital.

Escena del cortometraje «Matilda». Estrenado el domingo 7 de setiembre de 2025 por Tiktok e Instagram (Foto: Instagram de Nazareth Vega)
Algunos de los cortos que publica los graba con su propio iPhone, de manera sencilla, y otros los realiza junto a sus amigos, varios de ellos compañeros de Revolución, entre rostros de siempre y nuevos colaboradores. Todos son proyectos autogestionados, que nacen casi como una apuesta personal: cada vez que le queda un poco de dinero extra, lo destina a crear. No concibe guardarlo, siente la urgencia de invertirlo en un corto, ya sea para cubrir la comida del equipo, los pasajes de una actriz o cualquier detalle que haga posible la producción. Porque el cine, admite, es caro. Aun así, espera mantener ese ritmo y, de ser posible, intensificarlo. Su meta este año es producir más, con la aspiración de llegar a un corto semanal o, al menos, mensual.
Referentes femeninos para creer en el cine propio
Entre sus referentes menciona a directoras, pero también a una escritora que expanden su mirada.
«En cineastas mencionaría a Céline Sciamma. Me gusta mucho su cine. Ella tiene una película que se llama Pequeña Mamá, que me gusta mucho porque no se mira tan cara, pero tiene mucho significado. Entonces me ayudó a pensar en que de repente no me tengo que complicar tanto la vida y utilizo mejor los recursos que tengo, los espacios que tengo, las actrices que tengo para poder hacer algo. Y no quedarme con las ganas. Sofía Coppola me gusta la sensibilidad que tiene su cine. También la estética, que muchas veces es criticada. Cuando una cineasta es mujer, se espera que sus películas sean suavecitas y de repente muy rosadas y muy románticas y que aborden temas muy femeninos. Antes yo veía eso con desagrado, como que no me quería conectar con eso justamente para no ser encasillada. Y después comencé a pensar que quizá no. Quizá sí me gustaría entrar a esa onda porque no tiene nada de malo y también es parte de mi historia, entonces lo sentía muy natural. Y creo que en eso Sofía me ha ayudado a conectarme desde esa inquietud
«En escritoras, pues estoy leyendo mucho Isabel Allende. Me gusta mucho su literatura, que también es mágica, y en sus entrevistas, además de sus libros, también es muy frontal. Me gusta esa fiereza con la que aborda la vida. Y para una persona que, pues, o sea, sí me gustaba llamar la atención, pero con un perfil bajo. Es raro. Pero ha sido complicado para mí como ponerme fuerte y defender mis ideales o decir: ok, yo también merezco hacer arte en mi país. O sea, no porque me cierren las puertas o no porque sea tan complicado significa que debería echarme atrás. Entonces creérmela yo misma me ha ayudado mucho y eso creo que sí se lo debo un poco a Isabel».
El reto de liderar y tener presupuesto
Un reto constante es el presupuesto, sobre todo al momento de trabajar con música. Reconoce que, así como hay un enorme esfuerzo detrás de una película, también lo hay detrás de una canción, y muchas veces no tienen cómo compensarlo económicamente a la altura del trabajo artístico. Por eso suelen ofrecer otras alternativas de beneficio, más allá del dinero. En Revolución tuvieron la suerte de contar con dos bandas importantes del momento, «We The Lion» y «Kanaku y el Tigre», que accedieron a ceder sus canciones sin intercambio económico, lo que elevó la película a otro nivel. Esa generosidad marcó un antes y un después, y ahora, con Milena Warthon, están intentando nuevamente ese camino, esperando la respuesta de una artista cuyo trabajo admiran. Para ella no se trata de un simple “quiero o no quiero”, sino de la viabilidad real, ya que detrás de cada canción también existe un equipo de producción.
Nazareth considera que casi todo gira en torno al presupuesto, aunque identifica otro gran desafío: ser una buena líder. Siempre le ha preocupado mantener ese equilibrio entre dirigir de manera eficiente para que el equipo alcance su mayor potencial y, al mismo tiempo, respetar sus límites y cuidarlos. Sabe que, al dirigir, inevitablemente se vuelve la “mandona” del grupo, pero procura hacerlo de una forma que motive, en lugar de generar estrés o preocupación innecesaria. Confiesa que en sus primeros proyectos estuvo demasiado tensa y desconectada de esa idea, y recién en los últimos años ha ido aprendiendo cómo equilibrar autoridad con sensibilidad.

Nazareth Vega, directora y guionista arequipeña, voz emergente del cine independiente peruano
Un nuevo proyecto: una heroína del Bicentenario convertida en cortometraje
Prepara un nuevo cortometraje titulado Magdalena Centeno, inspirado en una heroína arequipeña y ganador del estímulo Heroínas del Bicentenario. Aunque es breve, busca que el mensaje de independencia que transmite pueda compartirse en distintas regiones del Perú. Todo depende, nuevamente, de los presupuestos, pero su convicción es no cerrarse nunca a la posibilidad de llevar cine a más lugares.
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Esta entrevista nació porque uno de sus cortometrajes me encontró mediante redes sociales. Llegó a mi de manera inesperada. Logrando capturarme con sus colores, sus escenas, los diálogos, los actores y lo más importante: el mensaje. No pude resistirme a buscar más contenido audiovisual de esta cineasta. No me decepcionó. Al contrario, tuve la misma reacción que ella al enterarme de la cifra de abuso sexual que aparece en el corto «El Circulo». Me indigné, pero también consideré que es importante concientizar a la población de lo que sucede. Este tema reaparece en la película. Vuelve a tener ese fuerte impacto audiovisual en la audiencia. Lo cual también ha sido gracias a los increíbles actores y al equipo de producción que han formado parte de sus proyectos.
Conversar con una cineasta como Nazareth Vega no solo ha sido encantador, sino también enriquecedor. Necesitamos más mujeres haciendo cine para poder encontrar sentimientos que no sabemos expresar y encontrar consuelo en una experiencia compartida. Pero no solo se trata de retratar desde una perspectiva, sino de varios lugares para poder entender diversas realidades.
Lo descentralizado es una marca de su obra y de su postura como creadora. Logra conectar con temas fundamentales a los cuales debemos mirar y no apartar la vista. Para Nazareth, narrar desde Arequipa significa abrir otros paisajes y otras memorias, sacudir la idea de que la capital es el único centro posible de producción cultural. En la entrevista ha sido clara al trasmitir que hacer cine desde las regiones es enfrentarse a la falta de recursos y visibilidad, pero también es afirmar que existen otras miradas y otras sensibilidades que el país necesita. Su experiencia como mujer cineasta atraviesa sus proyectos con naturalidad. No se trata solo de representación en pantalla, sino de una ética narrativa distinta: atención a la vulnerabilidad, a la complejidad emocional, a lo que suele quedar fuera en narrativas dominadas por hombres. Esta apuesta la ha llevado también a otros espacios: fue seleccionada en Málaga Talent, integró el jurado del Festival de Cine Al Este.
Hoy, con apenas 25 años, Nazareth Vega se ha convertido en una de las voces más jóvenes y potentes. Su obra no se mide solo por la cantidad de títulos, sino por la intensidad de una mirada que sabe que lo íntimo es político, y que lo descentralizado es también un camino de resistencia cultural. Desde Arequipa, entre la cámara y la comunidad, su apuesta recuerda que el cine no es solo industria: es refugio, es arma, y es un espacio donde lo personal puede transformarse en memoria colectiva.

Créditos del cortometraje «Matilda» (Instagram: Nazareth Vega)