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Un pueblo indiferente: las civilizaciones sedadas que imaginó Philip K. Dick

La paranoia dickiana se extendía desde los debates político-económicos hasta el cuestionamiento religioso y metafísico. No es, entonces, de sorprender que uno de sus mayores miedos fueran las grandes empresas y nuestra relación con el dinero. Antes de comentar Ubik (1969), quisiera hacer mención de uno de sus trabajos, en mi opinión, mejor logrados dentro del género del cuento, “Foster, estás muerto”. La historia se sitúa en una ucronía donde todos los medios advierten de un inminente holocausto nuclear y el producto de moda es un refugio antibombas. Foster, un niño, está obsesionado con tener uno para no desencajar de su círculo social.

La campaña de marketing dentro de un modelo en el cual es posible lucrar con el miedo de sus ciudadanos tiene éxito y consigue transformar un símbolo de a paranoia en un producto que representa estatus social. Desmenuzando un poco más historia podemos inferir que ese holocausto nuclear puede ser solo una campaña publicitaria, así como Dick propone en su novela La penúltima verdad, en la cual también cuestiona la veracidad de los medios cuando juegan un papel en ámbitos sociopolíticos.

“Todo es capitalizable”, propone Dick y más que un consejo para los libros de emprendimiento, es una advertencia para el consumidor. Nos sugiere que la influencia del mercado en nuestra forma de pensar y aceptar la cotidianidad es más truculenta de lo que podemos imaginar y que no estamos preparados para responder ante ella. Nuestra visión de la realidad es muy limitada como para comprender sus necesidades. No es muy diferente a la propuesta de Dick, pues toda su obra tiene como base dicha premisa: desconfía de tu verdad, pues hay una por encima de ella.

No obstante, sin ir más allá en materia ontológica, tema principal de Ubik (como era de esperar), dentro de la novela, su autor nos plantea un mundo tan o más exagerado que el de su cuento “Foster, estás muerto”. La sociedad de Ubik vive bajo un capitalismo tan voraz que es capaz de lucrar con las necesidades más básicas de sus usuarios como es abrir una puerta, usar su propio baño o revisar el refrigerador. Novela que se escribió antes de la invención de la tarjeta de crédito, dentro de ella algunos personajes se ven obligados a contar las monedas para todo, como si cada necesidad pueda una máquina de chicle a la cual le pones un sol y giras la perilla.

Joe Chip, un técnico importantísimo, está casi en la miseria, pues necesita prestar monedas para salir de su propia casa. Como se mencionó anteriormente, hay una empresa, o varias empresas, pues nunca se aclara, que lucra con cada aspecto de su vida diaria. Lo verdaderamente aterrador dentro de dicho escenario es lo naturalizado que resulta para casi todo mundo. Tanto así que rara vez se pone en tela de juicio situaciones como las que le toca vivir a Chip. En vez de arremeter contra estas corporaciones que lucran con la miseria se las juzga por ser incapaces para adaptarse a un sistema que les pone todas las trabas posibles para su desarrollo.

Sus colegas, dentro de dichos estándares económicos, lo ven con cierto recelo a pesar de su importancia para mantener la empresa a flote. No se proponen cambios en el sistema que puedan apoyar, si no eliminar términos tan abusivos, a personas como Chip, que casi que será aplastado por un modelo insaciable. Si bien este no es el leitmotiv de la novela, me parece que la construcción de un mundo tan real como caricaturesco es un elemento digno de elogios. La palabra “kafkiano” encuentra su lugar dentro de un concepto tan absurdo como posible, si es que no es algo que ya, alegóricamente hablando, sucede en el mundo real. Para muchos Dick es uno de los herederos más lúcidos de Kafka en los Estados Unidos, por ello su humor e ironía son comparadas con las de Borges por la escritora Úrsula K. Le Guin.

Los entretenimientos juegan un papel fundamental dentro de esta normalización. Dentro de Ubik no es tan notorio como en otros trabajos del mismo autor, como el cuento ya mencionado y La penúltima verdad. Las fake news son un recurso más apegado a la realidad que planteaba 1984, de Orwell, pero que, a estas alturas de la historia no resulta tan eficaz y, por lo mismo, aterrador como el control que propuso Aldous Huxley en Un mundo feliz: el placer, el hedonismo.

Aunque la vigilancia fue uno de los primeros temas de Dick, como la de la mayoría de escritores de ucronías y distopías (piénsese en El hombre en el castillo, de 1961), tare o temprano acaban por comprender que el “opio del pueblo”, los sentidos sedados por el conformismo, acaban siendo un método más sutil y tanto o más sugestivo. El esclavo quiere seguir siendo esclavo para recibir su dosis de dopamina. Y, por este motivo, por estar tan ocupado con su caja de Skinner, no es capaz de organizarse para responder ante las totalizantes medidas corporativas.

Por el año 2011, Alan Moore, famoso escritor y guionista de cómics, afirmó que la infantilización que traían las películas de superhéroes sería un indicio del regreso del fascismo. La sentencia resultó malinterpretada. Incluso al redactor del presente texto le pareció la exageración de un viejo amargado, pero el tiempo parece estar dándole la razón. Quizás fuera la forma de decirlo, tan contenida, lo que creó una fuerte confusión al respecto de su postura política. Dicha cita fue rescatada por las redes sociales y, con solo ver los comentarios, resguardadas bajo el anonimato de este tipo de medios, más la ignorancia a la que se ve expuesta por su masificación, comprendí perfectamente de qué estaba hablando Moore y casi que tuve que aceptar su postura por la arrolladora evidencia.

Las respuestas estaban plagadas de adultos que peleaban contra sus enemigos imaginarios: los rojos, los izquierdosos, la agenda 2030, los resentidos. Las afirmaciones contundentes de Moore siempre resultan polémicas, pero las posiciones opuestas casi no se desarrollan para crear un argumento mínimamente estructurado. Este tipo de situaciones son a lo que se refiere el guionista: las personas fanatizadas por los productos y las ideologías políticas que estos implican al ser elementos comerciales, no son capaces de elaborar un pensamiento crítico lo suficientemente hondo como para incorporarse a un debate o siquiera tomar una posición política de manera coherente. Y ya no es una cuestión de izquierda o derecha pues ambos extremos tienen su propia fanaticada que acaba por tomar el poder y se acaba convirtiendo en el mismo Estado fascista.

Por último, quisiera hacer mención de una postura que me dejó perplejo, pues es exactamente de lo que habla Moore y el miedo contemporáneo de Huxley y el mismo Dick. Uno de los usuarios, con todo el cinismo posible, afirmó que llevaba una buena vida por los arriendos de su apartamento y que no le importaba qué sucediera en Medio Oriente. Esto no implica que todos deberían ser doctos en la materia histórico-política de dicha región, pero negarse a la información y optar por el hedonismo en vez de una postura sólida para opinar resulta desmoralizante para cualquier persona con juicio crítico que forme parte de una sociedad en la que estos cínicos tienen voz y voto. Son el primer paso al fascismo, pues su tibieza y mente fácilmente influenciable explicarían por qué los partidos conservadores han tomado tanta fuerza en años recientes, hasta tal punto donde pueden expresar sus ideologías censuradores y retrógradas sin pudor. Son gente que toma una posición neutral ante ciertas injusticias la que permite que acaben llegando al poder, pues para ellos “no tiene nada que ver con su día a día” hasta cuando sí tiene que ver y ya es muy tarde para tomar otro rumbo.

Dick es uno de los grandes escritores de EE.UU. en el siglo XX y un lúcido observador de su tiempo, pero también de lo que podría convertirse o, acabó siendo en años posteriores. Su eterna paranoia terminó siendo una mirada al mundo que abordó más allá de lo perceptible. Un Kafka de su tiempo, un espeluznante humorista que se la pasaba creando mundos posibles.

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