Varguitas ha muerto

¿Y cuando se acabara la rabia se acabaría tu trabajo en la perrera, Ambrosio? Sí, niño. ¿Y qué haría? (…) Trabajaría aquí, allá, a lo mejor dentro de un tiempo había otra epidemia de rabia y lo llamarían de nuevo, y después aquí, allá, y después, bueno, después ya se moriría ¿no, niño?
—Mario Vargas Llosa, Conversación en La Catedral, p. 734

Varguitas ha muerto. Varguitas ha muerto en Lima un 13 de abril de 2025, a los 89 años de edad. Por él ha pasado un rastro innumerable de ficciones que ya todos, incluso en los círculos menos académicos, conocen. La labor de nuestro Nobel de Literatura, como toda buena labor, está cargada de muchas controversias y discusiones; sin embargo, resulta difícil decir que Mario Vargas Llosa no fue uno
de los pilares más importantes de nuestra literatura nacional.

Más allá de las comparaciones que se hacen, y se seguirán haciendo en los espacios académicos, la muerte de Vargas Llosa parece responder a los tiempos en que vivimos: tiempos en los que nos encontramos desprovistos de artistas —o intelectuales, si se quiere— con una universalidad como la suya. Las acusaciones sobre una literatura, en ocasiones, de corte elitista, rozarán siempre los ámbitos
de su vida política, hasta que, en unos años, nos olvidemos de su persona para recordarlo por medio de sus textos.

Hoy es sencillo evocar al Mario Vargas Llosa de los últimos veinte años: años en los que, ya desprovisto de aquella vena política quebrada tras su derrota —la primera y definitiva—, no era ya él quien debía cargar con la batuta de la opinión pública ni con el peso de ser el artista peruano de su tiempo. El problema es que,
ante la ausencia de figuras con un valor simbólico de esa naturaleza, Mario Vargas Llosa se extendió, quizá sin quererlo, más allá de su tiempo como figura de peso público o intelectual.

Su ausencia marca, como nunca, la necesidad de volver a conformar figuras que, como él, intenten unir al Perú en torno a algo que pueda transitar por encima de los fanatismos políticos, en una era donde incluso el fanatismo político parece haber desaparecido. Una era de desconfianza absoluta y desprovista de grandes figuras.

El fin de una era extendida llega con la muerte de Mario Vargas Llosa. Es difícil pensar que, en horas como estas, el Perú no necesite —como nunca antes— una figura que intente, siquiera en la más pequeña sombra, estar a la altura de lo que él representó. Una figura que trascienda las letras y la política; una figura circular

Editado por Edición Horizonte
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